¿Qué miran los bancos?
Durante este mes de julio les he venido contando acerca de los bancos. De los servicios que nos prestan, de la necesidad de entendernos con ellos y de lo que tenemos que hacer si queremos que esa relación, a veces tensa, a veces no tanto, perdure en el tiempo. Hoy, para terminar con esta trilogía, quisiera detenerme en aquellos aspectos en los que las entidades de crédito ponen el énfasis a la hora de conceder o rechazar una operación de crédito.
Lo primero que tenemos que tener claro es que las atribuciones de las sucursales han ido a menos en los últimos tiempos, lo que quiere decir que cualquier operación que propongamos, por pequeño que sea el importe, saldrá fuera del perímetro de la oficina que normalmente nos atiende y será revisada por un analista, que por supuestísimo no tiene ni idea de quiénes somos y que, a la postre, decidirá si hay fumata blanca o si, por el contrario, nos quedamos sin fondos para nuestro propósito.
Así pues, si queremos reducir las posibilidades de que esto no ocurra, debemos saber como piensa “el enemigo” y actuar en consecuencia. En cada solicitud, los bancos valorarán una serie de factores de riesgo y en base a la documentación que recaban del solicitante, a su experiencia previa con otras empresas y a los criterios de inversión que tengan fijados en cada momento, decidirán si aprueban o deniegan la operación.
Los factores a valorar son:
1. Seguridad de reembolso: capacidad del negocio para devolver el dinero prestado. Y para cubrirse las espaldas solicitarán los avales que consideren necesarios. Es la variable de mayor relevancia dentro del tratamiento de información relacionada con la operación.
2. Características de la operación: se tendrá en cuenta el riesgo asociado a elementos como el plazo de vencimiento (cuanto más largo sea, mayor riesgo), el importe solicitado, el destino de la financiación, la viabilidad del proyecto, la trayectoria del solicitante (volumen de negocio, prestigio, registros de impagados, antigüedad, etc) y la calidad de los avales presentados.
3. Riesgos de la actividad: por tipos de cambio, sector, mercado, fallos en el sistema de producción, clientes que puedan generar problemas de liquidez (Administración), etc.
4. Porcentaje de participación en la inversión: la mejor manera de demostrarle al banco nuestra confianza en el éxito de nuestro proyecto, es que una parte de la financiación sea llevada a cabo con nuestros propios recursos, vamos, que no vale simplemente con poner la idea.
5. Rentabilidad de la operación: el banco comparará los ingresos que obtendrá por intereses y comisiones con el coste que le supone conseguir el dinero necesario: intereses que pagan por depósitos en cuentas corrientes o por préstamos de otros bancos.
6. Relaciones previas con el banco: episodios de morosidad, rentabilidad de otras operaciones, nivel de utilización de otros productos como tarjetas de crédito, domiciliaciones, cesión de pagos, etc.
7. Si hablamos de empresas, además de todo lo anterior, habrá que tener en cuenta otras consideraciones: respecto a las empresas más jóvenes, con una falta de datos financieros fiables, ni trayectoria económica suficiente, el banco querrá saber la composición del accionariado y su compromiso formal con el proyecto, la composición del equipo directivo y su trayectoria empresarial y el factor de innovación del proyecto planteado, entre otros. En lo relativo a las empresas más veteranas, la estadística nos indica que habría una alta probabilidad que ya no deberían de existir. Por tanto, los “financiadores” querrán saber que aspectos adicionales a los financieros les van a impulsar a sobrevivir en el futuro.
8. Por último, básicamente hay dos métodos de análisis de crédito, el de “opinión experta” y el de “scoring”. Es frecuente encontrar que los dos métodos convivan dentro de las entidades crediticias. La opinión experta es lo que su nombre indica: un analista financiero experto reúne la información que para cada caso estima necesario y la somete a estudio.
En el otro extremo están el scoring crediticio y el rating. El primero consiste en sintetizar y objetivizar datos y suposiciones, con el fin de estandarizar las decisiones de crédito. Para elaborar un scoring, se definen los datos más significativos en función de la decisión a tomar. En primer lugar, se decide la valoración que se dará a cada dato, que puede ser binario (“SI/NO”) o en una escala (de 0 a 8, por ejemplo). A continuación, si los datos tratados no tienen la misma importancia entre sí, se les asignan un peso específico a cada uno a través de la ponderación. La suma de los valores ponderados se compara con una tabla de correspondencia que va a ser la guía para la toma de decisión. Es imprescindible que los supuestos de base sean significativos para la decisión a tomar (aceptación o rechazo de la propuesta de financiación). Por su parte, el rating es una calificación que se asigna a un solicitante de financiación, atendiendo a su nivel de riesgo crediticio. Normalmente, es realizado por agencias de calificación (en inglés, rating agencies o ECAI, External Credit Assessment Institution).
Las agencias de rating son intermediarios de la información de los mercados financieros, que pretenden ayudar a los inversores en su toma de decisiones. Sin embargo, no deben confundirse con los asesores financieros, puesto que las agencias no aconsejan. Únicamente opinan sobre el riesgo crediticio del ente estudiado. Tampoco son auditores, dado que no revisan la veracidad de la información utilizada. Únicamente analizan la información suministrada de fuentes que consideran fiables y la clasifican según el nivel de riesgo de retorno del capital prestado.
Feliz verano a todos, saludos.