Raíces mexicanas y recuerdos granadinos en el día de muertos
Citlali y Michelle Vázquez mantienen en su restaurante familiar el amor por las tradiciones de sus antepasados y las acercan a granadinos y visitantes
El mes de noviembre comienza de forma intensa y especial en el interior del 'Ranchito Mexicano'. Desde la noche anterior, Michelle, Citlali y Nacho ultiman los detalles del altar que, durante unos días, presidirá el centro de este restaurante situado en la popular calle Molinos.
Una estructura de tres pisos que, según la tradición del país azteca, representan el cielo, el infierno y el purgatorio. En cada una de esas plantas se colocan varios elementos con los que conectar, durante esa famosa noche del 1 al 2 de noviembre, con aquellos seres queridos que ya no están.
Para ello, Citlali y Michelle han querido que estén presentes objetos representativos de esta celebración como las catrinas (para ellas dos son los "catrines"), las calaveras de azúcar, velas, sal, incienso, un "perrito de barro" o los típicos cactus. Además de todo eso, han preparado algunos de los dulces, bebidas y objetos personales que su abuela "Mere" disfrutaba en vida. Porque ese es uno de los elementos diferenciadores de este ritual que ha traspasado fronteras en los últimos años, que aquella persona de la que se despidieron hace tiempo pueda acompañarles en esta noche tan especial, degustando aquello que más le gustaba cuando estaba en el mundo de los vivos.
Como curiosidad al respecto, las creencias del pueblo mejicano dicen que los alimentos que forman parte del altar pierden su sabor y olor con el paso de los días, ya que los visitantes que han cruzado el Mictlán - la puerta que une los dos mundos - se han tomado esos productos.
En la mayoría de ocasiones, las ofrendas o altares para los muertos se colocan en el hogar de los familiares o amigos del difunto y en otras, son dispuestas en la tumba del mismo. Pero en el caso de la familia Vázquez, el concepto de casa está muy arraigado a las paredes de este 'Ranchito Mexicano'. Michelle, la mayor de las hermanas, cuenta que ambas se han "criado dentro de este restaurante, pasando más tiempo que incluso en nuestra casa. Hemos jugado, hecho los deberes e incluso Citlali ha llegado a dormir dentro en varias ocasiones". Por lo que no podía existir un lugar mejor donde construir, cada año, este altar que preside una foto de su añorada abuela.
Es aquí donde toda la historia coge un matiz diferente y especial. "Mere", la abuela materna de las hermanas Vázquez, no es mexicana. Es más, su madre tampoco lo es. Pilar del Olmo se enamoró de México, su gastronomía y sus costumbres y quiso compartirlo con Granada, montando un restaurante a inicios de los años 90, donde crió a sus dos pequeñas con la influencia de la tierra natal del padre de Michelle y Citlali: Michoacán.
Esa pasión por el país azteca de Pilar se impregnó desde bien pronto en las dos hermanas que, desde jóvenes se interesaron por la cultura mexicana y estudiaron todo lo posible sobre ella. Algo que, años más tarde, ha servido para dar a su restaurante esa personalidad tan fuerte que emana de las paredes de este pequeño local del barrio del Realejo.
"Esos años de estudio sobre la cultura mexicana, no solo nos ha ayudado a acercarnos más a nuestras raíces, sino que se ha convertido en un instrumento de conexión con los clientes para dar a conocer una cultura de la cual estamos orgullosas y queremos mantener con toda nuestra familia. Aunque nuestra abuela no fuera mexicana, queremos compartir cada noche de muertos con ella" afirma Michelle al respecto.
Su trabajo por cruzar ese puente entre Granada y Michoacán es tal, que han logrado traer fuera de temporada la flor más importante de este ritual. Citlali, que actualmente vive Benalmádena - ciudad hermanada con el país azteca - logró un pequeño ramo de Cempasúchil, la flor que es deshojada en la primavera mexicana para señalar el camino a Mictlán a los muertos y que lleguen así al banquete nocturno con sus familiares aún vivos.
Una preciosa manera de mantener vivo el recuerdo de aquellos que se fueron y crear, bajo una ceremonia tan íntima y familiar como es la construcción de un pequeño altar, una conexión entre personas que ni siquiera coincidieron en tiempo pero que, de una forma u otra, se conocen.