Reflexión ¿vs? acción

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El pasado año salió a la luz una obra llamada Teoría de la novela firmada por Torrente Ballester. Seis conferencias inéditas. Cuatro de ellas fueron pronunciadas en un curso que recibía el mismo nombre, las dos últimas se desconocían. Obviamente, el libro es una de esas pequeñas joyas que se guardan con mimo en un lugar especial de la biblioteca. Pero también es el acto más cruel con el que se puede atacar a un autor. Y es que entre el sesenta y el ochenta por ciento de la producción de un escritor —y cuando digo escritor me refiero a esa persona que, como decía Saramago, no separa su vida de la escritura— nunca ve la luz: está hecha por y para él. Si don Gonzalo resucitase para encontrar sus escritos más íntimos publicados se exiliaría a la Antártida, probablemente. Por fortuna —y nunca pensé que diría esto—, Torrente, Bolaño o Delibes ya no pueden horrorizarse con el expolio de sus escritos privados pululando en cada librería del mundo.

En dicho título se recogen unas hermosas palabras de Carmen Martín Gaite hacia Torrente en las que se refiere a su vocación de contertulio —¿existe un piropo más hermoso que este?— y se refiere a «su talante pausado y escéptico de conversador antiguo que ha aprendido en las tertulias del café a echar su cuarto a espadas cuando buenamente le dejan, sin dar demasiada importancia a su baza ni a la de los demás. Experto conocedor del quiebro, del turno, de la pausa, del sin embargo, ducho en recoger el hilo del discurso por mucho que parezca habérsele desviado, se embarca en la andadura del relato sin condiciones ni plazo, con esa sabiduría lenta y acrisolada del que ha aprendido a perder el tiempo, es decir, a habitarlo modestamente sin osar nunca declarar que “es oro”, a dejarse prender por su confusión, a escuchar los cuentos de otros (…)»

Quizás soy demasiado joven para ser tan vieja, pero estas palabras de Carmen Martín Gaite hacia Torrente Ballester —por amor de Dios, ¿a ustedes les han dicho alguna vez algo tan hermoso?— definen perfectamente las carencias de la literatura actual. O, al menos, de la mayor parte de ella.

Es común para quien escribe empuñar la bandera del «todo tiempo pasado fue mejor». El punto más álgido de este asunto lo alcanza Oscar Wilde en «El crítico como artista» acusando a la literatura de su época de soez y vulgar. Yo también he tenido que leerlo muchas veces para dar crédito de semejante afirmación. No quisiera caer en estos elitismos pero, por razones de trabajo, me veo obligada a leer ciertos títulos que, de otra manera, no leería. Y es que soy consciente de que voy a morir sin leer todos los libros que existen, por lo que, ya que el tiempo es limitado, hay que elegir.

La novela que vive en nuestros días se caracteriza por la proliferación del verbo. Y verbo es igual a acción. La inmensa mayoría de los títulos dicen que ella «se levanta, prepara café, lo bebe, se ducha, se viste, sale a la calle, se encuentra a su ex, se encuentra un cadáver en la acera, llega al trabajo, saluda a su jefe, se encuentra otro cadáver en el baño de la oficina, sale a tomar café de nuevo (¡Hostia! ¡Mierda! ¡Joder! ¡Cojones! ¡Tengo ganas de echar un polvo! ¡Cómo quema!) y se encuentra el tercer cadáver del día —que no el último— en el bar».

Si verbo es igual a acción, podría decirse que cada vez que nos topamos con uno de ellos nuestro cerebro «se mueve». Y moverse está bien, hay que hacer ejercicio. Pero una cosa es hacer ejercicio y otra bien distinta mil abdominales diarios. Agujetas, sería la palabra exacta. Sin embargo, parece que es lo que se demanda. Hoy en día son muy pocos los escritores que pueden permitirse el lujo de escribir textos reflexivos. Conocidos y avalados con solvencia solo hay uno.

¿Por qué?

Leí hace poco una reflexión de Espido Freire según la cual «cada vez se publican más novelas con las que identificarnos y menos que nos hagan pensar. Y así nos va.» No podría estar más de acuerdo. Vivimos una época en que la literatura ha desertado del desarrollo espiritual para centrarse exclusivamente en el ocio. ¿Por qué? ¿Por qué esa hostilidad hacia la meditación? Quizás hoy existen instrumentos que, si sabemos utilizarlos, refuerzan y potencian nuestras opiniones haciéndonos sentir dioses en posesión de la verdad. Quien sepa rodearse en Twitter sabe a lo que me refiero. Quizás leer un texto que nos obligue a plantearnos ciertos asuntos implica cerrar el grifo de la soberbia, y es que si uno vive con una venda en los ojos tiene excusa. Si esa venda cae, se lleva todas las coartadas con ella. Y no, bastantes problemas tenemos como para, encima, admitir nuestras carencias y errores. Y cambiar.

Queremos saber quién la ha matado. No por qué la ha matado.

¿Motivaciones? ¡Bah! Porque es un asesino. Con eso es suficiente. Porque este es malo y este es bueno. Como en la vida real. Malos en la cárcel y en el Congreso y buenos en la calle. Sin más.

Bonita colección de máscaras la que atesoramos hoy en día. Un Carnaval viviente.