¿Sabes quién eres?
La frase 'Conócete a ti mismo' era la letra pequeña del Oráculo de Delfos. El aviso, tallado en la entrada del templo, tenía el propósito de advertir al peregrino que antes de preguntar cualquier cosa al Oráculo debía ser capaz de hacerse las preguntas a sí mismo. Solo un hombre auto-examinado, que hubiera descendido a las profundidades de su propia desesperación para enfrentarse a sus demonios y cuestionar sus decisiones, sería capaz de interpretar las crípticas respuestas de la pitonisa.
¿Qué me depara el destino? ¿Hay un traidor en mi corte? ¿Cómo conquistar a mi enemigo? Durante más de mil años, reyes, intelectuales, militares y ciudadanos comunes acudieron al Templo de Apolo con la esperanza de conocer lo incognoscible.
Pero la respuestas a las grandes preguntas de la vida no son tan impenetrables como creemos. Y la clave está en la misma frase del Oráculo: Conócete a ti mismo. Al fin y al cabo, la convicción es solo propia.
Haz un alto y mírate
Para cada pregunta puede haber muchas respuestas, tal vez tantas como personas en el mundo. Las respuestas se construyen en una dialéctica personal con la realidad, son producto de la experiencia íntima que tenemos con nuestra circunstancia, nacen de nuestro aprendizaje.
Pero no nos gusta indagar en esa experiencia. Sencillamente porque duele. Cuestionarnos implica reconocer nuestros defectos, aceptar nuestras contradicciones, escarbar en nuestras miserias. Mejor atribuir lo que nos pasa a cuestiones externas. Y así vamos por la vida, sin responsabilizarnos por nada, sin entender por qué estamos angustiados o ansiosos, por qué cometemos siempre los mismos errores, de dónde vienen determinadas reacciones.
Sabemos poco sobre nosotros mismos y elegimos mal. Nos casamos con la persona equivocada o trabajamos en una oficina sin ventanas cuando preferiríamos atender un chiringuito y vivir en taparrabos. No nos hacemos preguntas importantes: ¿Quién soy? ¿Por qué tengo estas creencias? ¿Qué pasaría si realmente hago lo que quiero, si digo lo que pienso? ¿Por qué me visto así y me junto con esta gente? ¿Qué valoro de mi vida?
Permanece con las preguntas
La introspección es un trabajo arduo, pero con muchos beneficios. Por empezar nos ayuda a hacernos —y hacer— mejores preguntas. A tener más certezas acerca de nuestra dirección en la vida. A estar más satisfechos. Conocernos, sobre todo, nos da libertad. Libertad para integrar la dualidad de lo que somos, lo feo y lo bonito, e ir detrás de lo que verdaderamente nos importa.
Si no hacemos el esfuerzo podríamos pagar un alto precio: el de no saber nunca de lo que somos capaces. Tal vez descubrimos cosas grandiosas acerca de nosotros. Como Zenón de Citio luego del naufragio en el que lo perdió todo. “Me siento afortunado —dijo—; ahora tendré mayor libertad para filosofar.” Y fundó así la corriente filosófica del estoicismo.
Es probable que nunca lleguemos a conocernos del todo. Como dijo Sócrates, cuanto más aprendemos, más nos damos cuenta de todo lo que nos falta por saber. A mí me gusta recordar el consejo de Rilke: aprender a permanecer con las preguntas hasta estar preparados para recibir la respuesta. Quién sabe; quizá, algún día, las respuestas nos serán dadas sin que nos demos cuenta. O, como diría el Oráculo, cuando nos conozcamos mejor.