San Valentín o ¿de qué te enamoras tú?

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Llega la fecha… y cada año igual.

La gente que tiene pareja se pone moña y la que no… bueno lo resumo: desfile de amigas y amigos deprimidos porque un año más el amor no les sonríe.

El convencionalismo social nos lleva a la búsqueda de una pareja cueste lo que cueste y en estas fechas muchas personas se sienten especialmente afectadas por el hecho de no haber encontrado alguien a su medida. Seamos claros, lo mismo que unas veces se gana y otras se pierde, el amor igual que llega se va ¡y no pasa nada!

En resumen, San Valentín es una cursilada; y conste que lo he celebrado mil y una veces con toda la parafernalia, pero no dejo de reconocer que es una soberana tontería.

Pero son fechas de hablar de amor y el otro día un amigo me preguntaba: ¿Qué te enamora a ti?

Mi pensamiento inmediato fue que me enamora mi familia, bailar, la música, el arte, las risas con mis amigos, aprender, caer y levantarme, una buena cena, el café con leche, el sol, el sonido de la lluvia… En fin, me enamora la vida.

Pero como la pregunta obviamente no iba por ahí, empecé a plantearme qué me podría enamorar en un hombre y la verdad es que salió una lista de requisitos tal, que no la podría cubrir ni el chulazo del anuncio de Dolce&Gabbana con seis carreras y tres máster… pero recapacitando me di cuenta de una cosa: cuando te enamoras, te enamoras y punto.

La razón y el corazón no están ligados y enamorarse (no encapricharse) es un sentimiento sobre el que no se manda. Enamorarse es una sensación, es química.

Lógicamente esta es una primera impresión. Para mí el enamoramiento es eso, el primer impacto que va acompañado de esos primeros momentos maravillosos y perfectos.

El amor lo trae el tiempo… Y aquí viene el problema.

Porque aunque enamorarse para algunas personas puede ser sencillo, que llegue el amor es otra historia. Aquí sí entran en juego factores racionales que construyen la base de lo que debe ser una relación sana.

En primer lugar, cómo te encuentres ‘tú’ respecto a ‘ti’. Básico. Si no te quieres no puedes querer. Si no te respetas, no te respetarán y no respetarás. Y, por supuesto, si no te valoras, no te valorarán.

Tu mochila personal pasa a ser la mochila de la relación, por lo que si no estás limpio por dentro, tus frustraciones, traumas, miedos e inseguridades se trasladarán directamente a tu pareja.

En segundo lugar, lo que cada uno quiere… o no quiere, las expectativas y el ver a la otra persona como es y no como quieres que sea. Porque, seamos claros, cuando te enamoras sueles caer en el gran error de construir una imagen de la persona en función de lo que esperas que sea y, claro, cuando la conoces llegan esos fracasos estrepitosos, las llantinas y las sesiones de películas tristes acompañadas de chucherías por doquier. También es verdad que en esto interviene mucho la imagen que la otra persona desea proyectar.

Porque al principio todos queremos agradar, y no es fácil ser perfecto 24 horas al día… Al final el ser divino se convierte en humano y las emociones cambian en la medida en que te creíste esa imagen perfecta.
Por último, está la conexión y la complicidad. Una pareja que no tiene conexión física, emocional y social, está condenada.

El amor no es cosa fácil.

Por eso, si tienes pareja y eres feliz con él o ella, si te sientes enamorado aunque haya pasado el tiempo y aún notas mariposas en el estómago cuando estáis juntos ¡a qué esperas para celebrarlo!

Y si no tienes pareja (y si la tienes también), enamórate de la vida ¡es maravillosa!