Los secretos de la felicidad
Sebastià Serrano, catedrático de lingüística general en la Universidad de Barcelona escribió hace años un libro que ha sido uno de mis libros de cabecera durante años: Los secretos de la felicidad. En el libro habla de la importancia de las emociones para ser felices en nuestra vida y se pregunta: ¿Cómo expresamos las emociones? ¿Dónde está la fuerza de los afectos? ¿Qué papel tiene en ello el lenguaje? ¿Cómo nos afecta la aceleración con la que vivimos? Y añade que el buen estado general de nuestra vida depende, y mucho, de la información procesada a través de las emociones. Si somos capaces de controlar y gestionar bien esta información, podremos intervenir con éxito en nuestra vida y con ello disfrutar de extensos e intensos espacios de felicidad.
Y es que en los secretos de la felicidad hay palabras, risas y sonrisas y caricias. A ello es necesario añadir la fuerza de los afectos. Con ello, sabemos que el deseo de comunicar hace crecer al cerebro, con una harmonía entre razón y emociones, que nos permita gestionar la incertidumbre.
En primer lugar hay que poner encima de la mesa, el deslumbrante gusto por cómo decimos las cosas, la hipnotizadora atracción por mirarse mutuamente a la cara y el magnetismo afectivo ligado a tocarse. Serían la base del bienestar y de la felicidad.
En segundo lugar hay que tener en cuenta la fuerza de los afectos. El afecto emocional y físico, es uno de los pilares fundamentales de nuestra vida. Rodearnos de personas que nos aprecian, que nos quieren es un bálsamo para el alma. Dejarnos querer, mimar y achuchar, nos afloja las durezas emocionales que vamos acumulando a lo largo de los años. El problema es que a veces nos cuesta pedir ayuda. Esto dificulta poder recibir el afecto de los demás plenamente.
También es importante que NO tengamos miedo de decir “me encanta tu actitud, aprendo mucho de ti”, porque a veces las cosas no son tan fáciles para esa persona y puede sentirse motivada por tus palabras.
Podrían ser solo palabras, pero los afectos expresados en cada una de ellas nutren el alma. Y las palabras de afecto valen oro en estos días donde todo el mundo tiene algo que criticar. Porque las palabras cariñosas aportan identidad a las personas, les dicen lo bueno y valioso que hay en ellas y les motivan a hacer cambios en el resto de cosas. Con palabras de amor y afecto podemos inyectar fortaleza, motivación, valor, coraje y determinación en las personas. No tengas miedo de ser amable y decir a cada persona lo positivo que hay en ella.
En tercer lugar, la felicidad es posible y se vive día a día. Para ello es necesario:
- Concentrarse en el hoy: las personas están constantemente pensando la mitad de su día preocupándose por el pasado o el futuro. Las mentes curiosas son las más infelices, ya que están en constante movimiento entre el pasado, el presente y el futuro, y no se pueden concentrar en los pequeños momentos del día a día que hacen que sus vidas tengan sentido. Además, la actitud positiva ayuda mucho a disfrutar el presente, porque dentro de eso está el camino que conduce a lo que sí tengo.
- Descansar de la tecnología: pasamos el día con la tecnología en nuestras manos y ello no es nada beneficioso. Y es necesario tener en cuenta los beneficios que se pueden obtener descansando de la tecnología.
- Experimentar el placer: una investigación revela que se experimenta un gran placer si se disfruta de las pequeñas cosas. La felicidad también se encuentra en los detalles.
Y para terminar. Las palabras que nos decimos y que decimos en voz alta, las historias que nos contamos y que contamos a los demás, tienen un gran impacto en nuestra felicidad. Algunos estudios, como uno reciente de la Universidad St. Catherine, en Minneapolis, sugieren que la narrativa de nuestras vidas, esto es, lo que nos explicamos al hacernos mayores y recapitulamos sobre nuestras vivencias, influye de forma decisiva en los niveles de felicidad, más allá del estado de salud. ¿Es posible ser más felices prestando atención a las palabras que utilizamos en el día a día?. La respuesta es SI.
Hablar de bondad, de compasión, de amor, de sabiduría…no está muy bien visto para alguna gente. Si en nuestro vocabulario no aparecen estas palabras, que sí aparecen en nuestros sueños..., tenemos un problema de valentía. Nos hemos olvidado que la naturaleza de la humanidad para el futuro, es un acto consciente que empieza hoy, donde todos y todas somos responsables de su construcción. Entonces ¿qué lenguaje queremos? ¿Un lenguaje amigable, lleno de esperanza? ¿Un lenguaje cálido, acogedor? ¿O…?
La clave de la felicidad pasa por tratar de cambiar el foco de atención, reconstruir nuestro diálogo interno y cultivar relaciones de calidad, empezando precisamente por las palabras. Sin duda, lo más importante para la felicidad es la calidad de las historias que nos contamos sobre nuestra vida, las palabras que elegimos para mirar y actuar en el mundo. Es importante que averigüemos qué palabras guían nuestras preguntas porque ellas condicionarán nuestras respuestas. Nuestros relatos cotidianos hacen que tengamos una buena o mala historia de vida, que, en definitiva, es la respuesta a nuestras preguntas.
El lenguaje positivo sirve de narrador para sentirse conectado con el mundo. No es buenismo. Ni decir que podemos conseguir todo lo que nos propongamos con solo pensarlo. O decirnos frases como ¡si quieres, puedes! o ¡el poder está en ti!… Porque a menudo nos sentimos vulnerables ante el dolor y el sufrimiento y necesitamos de otros, necesitamos encontrar alguien que nos ayude. El lenguaje positivo es esa energía que nos ofrece palabras y gestos amigables, es la actitud de las palabras para amigarse con uno mismo, con la vida y con el mundo. Un lenguaje positivo no es optimismo desenfrenado, es encontrar el lado favorable de las cosas.
¿Cómo podemos usar el lenguaje, para ser más felices? Usemos el lenguaje para ser más amables con nosotros mismos, para dar cabida al perdón, para hacer del mundo un lugar mucho más amigable. Y en ello, tenemos que decidir qué palabras decidimos poner en mayúscula para que guíen nuestra mirada y nuestras acciones.
Y tener en cuenta los cinco enemigos del aprendizaje: la culpa, la crítica indiscriminada, la excusa, la queja, la falta de escucha y la falta de generosidad. Ante ellos, practiquemos el lenguaje de la compasión, de la amabilidad, del reconocimento, del agradecimiento, del perdón, de la franqueza y de la generosidad. Seremos más felices.