Seiscientos goles
La temporada del Granada 1975-76, ya la octava consecutiva en Primera, quería Candi que fuera la de la consagración definitiva entre los grandes. A tal efecto, lo primero que hizo el presidente fue contratar a un técnico de gran prestigio. En cartera estuvo Udo Lattek, pero no hubo acuerdo crematístico con el teutón, así que el contratado fue Miguel Muñoz. Ahí es nada, el entrenador español que más títulos consiguió en su carrera y que a día de hoy sigue ostentando esa marca. Y no se detuvo ahí don Cándido sino que echó el resto y se trajo para nuestro equipo a un jugador del que se decía que andaban detrás el Madrid y el Barcelona: Megido, del Gijón, de 23 años, que sólo unos pocos meses atrás había debutado y marcado con la Roja. Los asturianos pedían 25 kilos de vellón de rubias pesetas, pero Candi consiguió traérselo por quince y medio, el fichaje más caro de la historia rojiblanca hasta ese momento.
Claro que, ser el mejor entrenador y conseguir títulos en abundancia con un vestuario que pueblan los cracks de cada momento no es lo mismo que intentarlo con otro habitado por tipos de los que, se cuenta, se dice (casi sólo lo recuerdan los más viejos del lugar)… que alguna vez uno de sus componentes fue seleccionado. Y, por otra parte, incorporar a un futbolista joven y cotizado adelantándote a la aristocracia balompédica hace sospechar que en realidad lo que acabas de adquirir de saldo es mercancía averiada. Ambas cosas quedaron claras a lo largo de esta -para el equipo de nuestros amores- maldita temporada.
Con Miguel Muñoz se viajaba siempre en avión, todos perfectamente uniformados, alojándose en cinco estrellas, y sobre los terrenos de juego se acabaron aquellas -a su juicio- patibularias franjas horizontales recuperando el rojiblanco vertical de toda la vida. Pero poco más se puede decir de su labor como entrenador del Granada ya que se entregó a la molicie de un trabajo rutinario, descargando toda la preparación física en un propio y, pensando por lo visto que seguía en los madriles y que sus pupilos lo ganaban todo con sólo exhibirse, en ningún momento supo reaccionar cuando venían mal dadas y nuestro Granada iba en caída libre. En cuanto al supuesto crack comprado a golpe de millones, efectivamente, pronto se comprobó que el fichaje bomba venía con vicios ocultos (en realidad nunca los disimuló), y que no era todo lo profesional que debía como para pagar por él ese dineral, -para la época y para este club-, o al menos eso es lo que se puede leer en la prensa de la época. Algún plumilla local se atrevió a sugerir que a Megido le gustaba más la francachela que el fútbol, pero todos sin excepción llegaron a decir del Megido de sus primeros partidos frases maravillosas y rimbombantes, que entonces se llevaban más que ahora. El sevillano-asturiano empezó muy bien la temporada, marcando golazos en sus dos primeros partidos en Los Cármenes, al Elche en su debut y al Bilbao en la cuarta jornada. Después, como todos los demás, conforme iba avanzando el campeonato en más baja forma se encontraba. Terminó la temporada con seis goles en su haber, uno en Copa. La segunda vuelta de la 75-76 fue como cuando Rossi, pero más larga y con descenso. Sólo ocho puntos en la segunda vuelta mandaron al Granada a segunda casi para la eternidad.
Con todo, los comienzos fueron muy buenos y media liga vimos a un Granada situado en la mitad alta de la tabla hasta redondear la que sigue ocupando el tercer puesto en el ranking de mejores primeras vueltas del Granada jugando en Primera, con el 52,94 % de puntos conseguidos sobre posibles. En la primera jornada de esta liga el Granada volvió de Gijón con un positivo de un empate sin goles y con un contrato en la cartera de Candi rubricado por Alfredo Megido por tres temporadas. A su primer entreno en Los Cármenes acudieron más de seis mil hinchas.
Cuando todavía no había empezado el fatal picado rojiblanco, llegó el gol 600 del Granada en máxima categoría, y esto ocurrió en la jornada 16 y penúltima de la primera vuelta, el domingo 4 de enero de 1976, en el Bernabéu, donde: Puente; Calera, Ederra, Santi, Sierra; Angulo, Grande, Parist; Megido (Oruezábal), Lis y Lorenzo (Milar), sucumbieron ante el Real Madrid 4-1 en un partido del que las crónicas resaltan que fue de guante blanco, olvidadas ya las más que palabras frente a los merengues de ejercicios anteriores, cuando el Granada de los sudamericanos sembraba el terror por los campos de las españas. El Granada fue en realidad aquella tarde de enero un convidado de piedra ante el festín del Madrid de Miljanic, que acabaría ganando la liga, y en la primera parte encajó cinco goles aunque sólo tres valieron. En la segunda mitad, los locales aflojaron el ritmo y marcaron un gol más. Cuando se llevaba más de una hora de juego, 4-0 en el marcador, llegó el único gol rojiblanco, el siguiente de esta serie, el que hace el redondo número de 600 de los de máxima categoría. Su autor fue Lis, un delantero que no está precisamente en el gotha de los futbolistas que alguna vez vistieron de rojiblanco, fichado en su día con la vitola de muy goleador pero que en sus cuatro años granadinos (dos en Primera y dos en Segunda) sólo marcó once goles entre liga y copa en los 75 partidos que jugó. El gol 600 lo consiguió a pase de Parits de un remate a la media vuelta; según la prensa madrileña, en claro fuera de juego que el árbitro Sáiz Elizondo no vio.
Miguel Muñoz, que aparecía en el Bernabéu como visitante por primera vez en su carrera, fue recibido por la parroquia local con una gran ovación. Al finalizar el partido manifestó a la prensa que quitó en el descanso a Megido para poner a alguien que al menos corriera. Muñoz y Megido; Megido y Muñoz. Un binomio al que es obligatorio referirse cuando de esta pésima temporada rojiblanca hablamos. Ambos vinieron para que el Granada superara su condición de eterno amenazado de descenso, sin embargo ninguno de los dos estuvo a la altura de lo que de ellos se esperaba aunque, obviamente, no fueron los únicos que salieron ranas y a los que haya que culpar del fatídico desenlace.
El Granada cuando compareció en el Bernabéu marchaba clasificado en séptimo lugar tras vencer en Los Cármenes el domingo anterior al Valencia 2-1. La visita a la capital marca el principio del desastre. Con esa derrota inició un nefasto ciclo de nueve partidos consecutivos sin ganar, y ya en todo lo que quedaba de campeonato, 18 jornadas, sólo fue capaz de anotarse dos raquíticas victorias. Total, sólo ocho puntos más de los que tenía al llegar al ecuador de la competición y nada más que diez goles que añadir al de 600, de modo que si la primera vuelta 75-76 es la tercera mejor de las de primera, la segunda vuelta es también la tercera, pero de las malas, sólo por encima de la 60-61 y la reciente 16-17. Así, a las alturas de mayo, cuando el Madrid rindió visita a Los Cármenes y sobre su césped se proclamó campeón de liga al vencer 1-2 (por cierto, con un gol de Macanás), el Granada quedó con pie y medio en Segunda, y las ovaciones del principio de la liga hacia las dos “perlas” rojiblancas se habían convertido en bronca continua hacia los mismos dos, haciendo extensivos los abucheos al ocupante del palco presidencial. Una semana después en Zaragoza y con Guruceta de notario se certificaba la pérdida de categoría y daba comienzo la época más negra de la ya casi centenaria historia del club. Nada más y nada menos que treinta y cinco años tuvieron que pasar para poder volver a ver a un Granada de Primera.
En otro orden de cosas, al día siguiente al partido en Madrid, en la sede del Granada de Recogidas, el directivo Gerardo Cuerva acompañado del secretario del club, Rafael Fernández Moreno, y de José Manuel González, también directivo, delegado de campo y ojeador, hicieron entrega a Gabriel Osorio Cepero de un balón de reglamento, un banderín del Granada y una medalla de la Virgen de las Angustias, regalo del club a este joven socio rojiblanco de sólo un añito de existencia, por haberse convertido al venir al mundo en el granadino 200.000. El rorro nació hace algo más de un año, en diciembre de 1974, y en sus primeros días de vida fue inscrito por su progenitor como socio del Granada. Sangre rojiblanca no le falta pues es nieto de Jesús Osorio de Gregorio, pequeño extremo que en sus años mozos formó parte del Recreativo Granada, “el Once Fantasma” de los republicanos años 30, y también del Granada CF puesto que militó en el club entre 1933 y 1941.
Hace menos de dos meses que el general superlativo nos dejó y ha comenzado la Transición en momentos de gran recesión económica provocados por la que se llamó Crisis del Petróleo. Como vemos, Granada ha superado los 200.000 habitantes, o sea, casi ha triplicado la población con que contaba cuando se inició el siglo XX, pero a estas alturas, de aquello que más que ningún otro factor favoreció esa explosión demográfica penibética, de la veintena de ingenios que poblaron la Vega e hicieron florecer la economía granadina a niveles sin precedentes ni consecuentes, apenas quedan dos fábricas azucareras en funcionamiento que sólo dan trabajo a unos pocos. El Polo de Desarrollo sigue congelado y, como ahora mismo, sólo el ladrillo y los forasteros que vienen a ver nuestros monumentos dan algo de vidilla económica a estos predios. Los parados todavía no han llegado a contarse por las decenas de miles de ahora mismo, pero ya es el paro la principal preocupación socioeconómica de una provincia a la cola de todos los rankings de riqueza en España.
La ciudad de Granada, víctima de la especulación más salvaje y cateta, casi ha alcanzado su configuración actual y barrios superpoblados pero en gran parte sin los mínimos servicios, acaban de surgir invadiendo terrenos muy fértiles y saturando el paisaje de adocenamiento y fealdad.
Comentarios
Un comentario en “Seiscientos goles”
Jose Luis Entrala
7 de julio de 2020 at 10:34
Queda bien retratado en esta historia el horrible legado de Miguel Muñoz en el Granada C.F.y me encanta eso del “general superlativo “ para recordar la muerte del “Generalísimo “ Franco.