Sergio García: "Durante el confinamiento tuve un ataque de ansiedad, pero el dibujo me salvó"
El granadino repasa su trayectoria y las convicciones que le han acompañado siempre tras ganar el Premio Nacional de Ilustración
Sergio García Sánchez es la definición perfecta de ‘mente inquieta’. El Premio Nacional de Ilustración trabaja a la par con numerosos proyectos que reclaman variantes de su talento. El granadino afirma que no recuerda un momento de su vida sin dibujar. Tanto es así, que se imagina llegando a este mundo con un lápiz en la boca. La complejidad de sus dibujos contrasta con su sencillez, la de un hombre al que le choca ser reconocido en la cola de un Woman Secret. Sergio repasa para GranadaDigital su trayectoria y sus convicciones, y deja claro que unos trazos son y serán su mejor medicina.
Pregunta. ¿Cómo marchan sus sensaciones días después de ganar el Premio Nacional de Ilustración?
Diría que es como un bálsamo. La gente me pregunta qué se siente. Está muy guay que te llamen del Ministerio, de hecho te llama el ministro, y te digan que has ganado el máximo galardón al que aspira un ilustrador. Por encima de todo es un reconocimiento. Soy profesor universitario y dedico mi investigación a abrir nuevas vías narrativas en el campo de la ilustración y del cómic. Llevo toda mi vida haciendo esto. Que el fallo del jurado haga alusión a esto da muchísimas fuerzas para seguir adelante. Esta labor muchas veces es muy compleja y cansada. Son muchas horas de dibujo, proyectos y el trabajo de la universidad. En redes sociales dije que es como un bálsamo para ahora seguir adelante.
P. Precisamente en redes sociales calificó su tarea como “dura y solitaria”.
Solitaria entre paréntesis. Trabajo con mi mujer, Lola Moral. Con ella trabajo en guion y color. Además, es el filtro más importante que tengo antes de plantear una idea al editor de arte. También mis hijos, que son dibujantes y son los primeros que ven el trabajo. Entonces lo discutimos. Eso hace que uno se sienta menos solo. Por lo general la labor de la dibujante es muy solitaria. Hay profesiones creativas que tienen un equipo alrededor. Nosotros también tenemos un equipo con un recorrido. En la universidad la investigación también es solitaria, pero se comparte con los alumnos. Yo suelo enseñárselo durante el proceso creativo porque son sangre joven y tienen capacidad para ver con claridad qué es lo que funciona y lo que no.
P. Ha mencionado previamente el reconocimiento del jurado a su trayectoria. Hábleme de ese camino recorrido.
Yo entro en la universidad en 1998 o 1999. Venía de hacer comic comercial así general, aunque es verdad que siempre he tenido un interés por la experimentación. En aquel momento tomé más conciencia si cabe de que toda la producción que hiciera tenía que ir por esa línea. Eso empieza con mi tesis doctoral y ahí ya trabajo con dos conceptos: el dibujo trayecto y la narración multilineal, una narración que se produce de forma simultánea y rompe con la linealidad de la convencional. A partir de ahí mi trabajo sufre una evolución. A continuación, con el desbordamiento del formato clásico o la instalación del póster en la pared que crea una relación de imagen y texto nueva. Después de un largo periplo por editoriales franco-belgas, es cuando doy el salto a Estados Unidos. Hicimos un book con una editorial que funcionó muy bien. Ahí ya tenía un alto grado de experimentación. El New York Times se fijó en mi trabajo, no sé si por el libro o por una exposición del mismo, y me ofrecieron trabajar en una sección que se llamaba Graphic Review. Ahí es donde más libertad creativa tengo, excepto cuando trabajo en salas de museo. El director de arte, Mark Dorman, me deja experimentar y trabajar con libertad. En ese instante mi vida creativa vira bruscamente. Cada vez trabajo menos el formato cómic, aunque acabo de terminar una novela gráfica de 120 páginas y ahora estoy con otra. Gran parte de la actividad creativa e investigadora se centra en el ámbito del periodismo gráfico. Hago portadas para El País, The New Yorker y New York Times. De forma paralela trabajo en diferentes museos. Hemos hecho una producción llamada Guerra basada en el Guernica de Picasso que se expuso en el Museo Nacional Picasso de París. En el Hospital Real se va a exponer una retrospectiva de mi trabajo dentro de un par de meses. También hemos pasado por los contenedores de historia. Un ejemplo es la imagen de Putin para El País Semanal.
P. ¿Cómo se ha movido en esta trayectoria para tocar puntos más críticos u otros más creativos?
Depende. La novela gráfica que hemos terminado ahora para Dupuis, una editorial franco-belga, es un cómic para niños. Es un libro para niños, pero muy ácido. Por otro lado estoy haciendo una sobre el Congo que trata sobre un soldado que mata a su familia, participa en violaciones y se vuelve medio loco. Hago cambios de registro muy bruscos.
En el ámbito de la prensa solemos trabajar a las órdenes de un director de arte que nos hace el encargo. Yo ahí discrimino tres tipos de trabajos. Uno es el clásico, como lo que hago para El País. El director de arte me traslada un tema como la guerra de Ucrania. Putin es difícil de trabajar y fue desagradable, no únicamente por el personaje en sí. Es un tipo muy frío y te tienes que centrar en intentar comprender la personalidad. Me imagino que por su pasado por su espía o como estalinista intenta no transmitir emociones. En The New Yorker son propuestas más generales y tú presentas propuestas. En el New York Times directamente soy yo el que propone. Estas serían las tres opciones. Intento no repetirme porque quiero sentirme vivo. Soy profesor de universidad y me puedo permitir el placer de dibujar e investigar, pero no porque sea un genio, sino porque tengo un soporte. Además, la facultad quiere que yo investigue.
P. Ha hablado ya sobre muchas ocupaciones, ¿se siente colapsado a veces?
Sí, Estamos habitualmente colapsados. De hecho venimos de un paraje de crisis bastante complicado en casa. Necesitamos unas vacaciones urgentemente (sonríe), pero como el trabajo se acumula siempre y es difícil decir que no… Te llaman de un medio que resulta interesante para ti y tu carrera y es complicado negarte. Últimamente mi mujer y yo estamos aprendiendo a hacerlo porque ya no podemos más. Ahora mismo tenemos nuestra agenda de largo recorrido, que es a dos años vista, llena. Tenemos una novela gráfica y un gran proyecto con el Metro de París con una instalación gráfica complicada.
P. ¿Cómo se sintió entonces, usted que no para, durante el confinamiento?
El caso es que es cuando más trabajo he tenido (risas). La pandemia empezó con un ataque de ansiedad, y yo nunca había tenido ansiedad. Veníamos de terminar la pieza de Guerra para el Museo Picasso e íbamos muy mal de tiempo. Fueron seis meses de trabajar muchísimo en una obra que mide 27 metros cuadrados hecha a plumilla con tinta china. Fue una locura total. Lo que debía ser un periodo para descansar fue un colapso para mi cuerpo. Estaba muy estresado y al detenerlo bruscamente me dio un ataque de ansiedad. Me quedé como veinte días. No se lo deseo a nadie. Entonces el dibujo me salvó de nuevo. Me llamaron de Ideal para pedirme un trabajo sobre el confinamiento. Aquello me animó y ya me empezaron a llamar de otros sitios y la ansiedad desapareció. Los dos años de pandemia han sido los más productivos de nuestra vida.
P. Cuando se anunció el Premio Nacional de Ilustración recibió muchas felicitaciones del ámbito local. ¿son más especiales?
Hoy estaba con mi mujer comprando un bañador en Woman Secret y en la cola una chica me ha reconocido. Me ha dicho que le encanta mi trabajo. Una situación muy surrealista. Que esto te pase en la calle es muy raro. Esto pasará a los dos días, y menos mal, porque yo no podría vivir así. Está bien que te reconozca la gente que te quiere y la de tu alrededor. Me llamaron para felicitarme la rectora y compañeros de la profesión y de la universidad. Por encima de todo está la familia y la gente que quieres. Fue muy bonito cuando me llamaron. Yo estaba hablando con el ministro y todos pegaban voces. Ese tipo de cosas no se olvidan. Son cosas para recordar. Eso de que nadie es profeta en su tierra…yo creo que sí se nos quiere en general a mi mujer y a mí. No nos podemos quejar. Los granadinos son agradecidos con nosotros y estamos encantados.
P. Es exagerado hablar de un salto a la fama, pero gusta que por un día la gente conozca su trabajo y sepa quién eres.
Pues sí. Tengo ya 55 años y llevo dibujando mucho. Yo creo que nací por cesárea porque venía con un lápiz en la boca. No recuerdo un momento en mi vida en el que no dibujara. He ganado otros premios, pero este es el que más me importa, el premio nacional de mi país. Hay compañeros maravillosos que han ganado este premio y hay gente en el jurado a la que aprecio muchísimo.
P. Recientemente ha descrito como “una lucha” su intención de demostrar que hay otras formas de narrar.
El interés ha sido siempre intentar demostrar a las grandes editoriales y a los medios que se puede narrar de otra manera, que haciendo dibujo experimental se puede hacer. Que eso te lo cojan medios de cierta importancia o grandes editoriales está muy bien. Que me hayan permitido trabajar así es una pequeña victoria. Mi dibujo nunca ha sido fácil. He hecho dibujo comercial como todo el mundo, pero el dibujo experimental es difícil de vender. Entre los profesionales nos gusta ver este tipo de trabajo, pero que haya ánimo de publicar este tipo de cosas habla bien de los directores de arte y los editores que tenemos porque muestran una postura valiente. Si tienes esa confianza es como saltar sin red. El País Semanal publicó un artículo en plena pandemia abordando el Covid con un relato de Albert Camus. Hice un dibujo para páginas interiores y Montserrat Domínguez, que en ese momento era la directora, lo vio y dijo “esto va para portada”. Había tenido el pálpito, y cuando me llamaron no me importó ni mucho menos. Este tipo de cosas están muy bien. Ahí comencé a hacer portadas para El País.
P. En el plano docente, ¿qué intenta transmitir a sus alumnos que quiere ver en el futuro?
Ya he visto muchos crecer porque soy un perro viejo. Muchos son ahora compañeros que han trabajado para El País, el Washington Post y un montón de editoriales. Eso te hace ver que la misión se cumple porque nosotros formamos artistas en Bellas Artes. En mi caso yo doy clase de ilustración y cómic. Cada año salen uno o dos alumnos que se convierten en profesionales, algunos de talla internacional. Cuando un alumno tiene algo se ve. Como profesor, cuando veo un potencial intento explotarlo y guiarlo por el camino luminoso. Sobre todo para que no se pierdan, pues se van a encontrar un mundo complicado que deben comprender. Quiero que entiendan como funciona el oficio, la realidad de lo que van a cobrar o la diferencia de precios entre unos medios y otros. Yo he trabajado en muchos ambientes y he vivido situaciones de todo tipo. Sé más por viejo que por sabio.