El sino del Granada
Como tantos granadinistas, ayer acudí al estadio pronto. Seguramente demasiado. A las 17:30 horas ya se escuchaban desde Don Patín los cánticos de la hinchada que se agolpaba en la puerta 1 de Los Cármenes. Como en las malas tardes, el calor era pegajoso y una leve neblina cubría el cielo. De mi mano derecha, mi hija tiraba de mí con un paso anormalmente ligero. Deseaba llegar allí, a donde la gente cantaba para pintarse la cara y ver el autobús del Granada. A mí, por el contrario, el camino se me hacía más cuesta arriba con cada paso que daba. Veía los focos encendidos a la distancia y resonaban en mi cabeza las palabras lapidarias de Capi. Tenía la sensación de ir al matadero. Malditos recuerdos y maldito sino el nuestro.
El calor, el cielo nublado y la euforia. Siempre la euforia. El que lleva unas décadas siguiendo al Granada sabe que el favoritismo no nos va, que lo nuestro es partirnos la cara a las malas. Que no somos de pasar de puntillas por el barro, somos de tirarnos y revolcarnos en él. Cada club tiene su sino y si el del Madrid, por ejemplo, son las remontadas en Europa -juegue con el equipo que juegue- el nuestro es atenazarnos cuando tenemos el premio en la bandeja. Justo ahí, cuando en Los Cármenes no cabe un alfiler y la gente alienta desde la grada, aparece el fantasma por el coliseo del Zaidín sonriendo levemente y sosteniendo con su mano invisible a los futbolistas de camisetas rojiblancas para impedirles correr.
Anoche, el lanzamiento de penalti de nuestro querido Jorge Molina pasó al obituario granadinista. Allí ya le esperaban la cobertura de Foulquier, el disparo al larguero de Jubera y el cabezazo suicida de Pocholo. Y junto a ellos, justo en ese momento, el de Alcoy se hizo un filipino más. Sus lágrimas y sus temblorosas manos eran también las nuestras.
Tú que no te lo esperabas, que confiabas en el 98% de posibilidades de permanencia en Primera División, que creías en la facilidad del calendario, no debes preocuparte. Aunque aún no lo sepas hoy eres mucho más granadinista que ayer. Llora, maldice todo lo que sepas, lanza tu camiseta rojiblanca contra el armario. No pasa nada. Mañana te la pondrás con más orgullo, porque una derrota como la de ayer se te queda clavada dentro de ti para siempre y el deseo de sobreposición es más poderoso que la más dulce de las victorias. Ese es nuestro sino. El sino del Granada.