Sorteos
Este viernes, una vez más esta temporada, el Granada afronta un nuevo sorteo, el de los cruces de octavos de la Copa del Rey
Crecí viendo a mi madre guardar con mimo las etiquetas del Nescafé. Una a una, mes a mes, las iba almacenando en el cajón de la mesa de la cocina, soñando con una paga mensual que refrendara económicamente sus quehaceres domésticos. Hasta que llegaba el día. Muy erguida, muy concentrada, se frotaba las manos mientras preparaba aquella carta portadora de sueños. Seguramente más los míos que los suyos, pues mi mente cándida me hacía suponer que simplemente era cuestión de tiempo que nos tocara el premio. Un tiempo que, carta a carta y año a año, me hizo comprender que aquello nunca lo ganaríamos.
Pero si el desengaño y el paso de mi madre al café fulminaron mis esperanzas en los sorteos, también me ofrecieron mucho de lo que aprender. En 3º de EGB, junto con un compañero de clase, ideé un sorteo de papeletas (amañadas claro) que se ponía en juego una hora a la semana, aquella que todos teníamos marcado en amarillo en el horario de la libreta y que la seño Mari Trini había tenido a bien introducir entre las soporíferas clases de Naturales y Lengua: “Juego Libre”. Allí, Ignacio y yo, como dos crupier de primera, sacábamos nuestra bandeja de papeletas y poníamos en juego lápices usados, gomas gastadas, algún dibujo fotocopiado y un par de figuras del bote de Cola-Cao como premio gordo. Todos jugaban a sabiendas del amaño, pero parecían no poder vivir sin aquel instante por el que intercambiaban hasta el bollycao del recreo.
Y es que, lo que se sale de la rutina le damos un valor especial. Así fue como le di la verdadera importancia que tiene el fútbol para un niño de colegio. Un día cualquiera, al salir de clase me enteré de que el Barcelona ya no era el mejor equipo del mundo porque había perdido con los brasileños del Sao Paulo mientras yo hacía multiplicaciones en la pizarra. ¿Cómo podía ser aquello? El fútbol había salido de su espacio reservado, había abandonado el fin de semana y la franja de la tarde-noche, para jugarse el cetro planetario en Japón.
Algo tan excepcional que los futboleros de a pie no teníamos derecho a disfrutarlo. Por aquellos partidos de la Intercontinental que se jugaban un miércoles a las 11, me jugué más de un suspenso y de una regañina en casa. Me salté clases, me las ingenié para hacer aparecer auriculares entre los libros de texto... Que más daba catear una asignatura más, si el legendario Boca Juniors se colaba en tu agenda futbolística.
Este viernes -una vez más esta temporada- volveré a sentir el olor del tarro del Nescafé, la picardía de envolver una papeleta amañada, la adrenalina de sacar el auricular entre las páginas del libro de Biología. Me sentaré lo más erguido posible sobre la correosa silla de ruedas del trabajo, silenciaré las llamadas entrantes del teléfono y pondré cara de concentrando mientras miro a la pantalla del ordenador. Seguramente me frote las manos un par de veces y se me escape una sonrisa de mi cara de póker cuando salga la papeleta del Granada C.F. Sorteos. No sé cómo pudimos vivir sin esto.