Stefan Zweig
«La historia no tiene tiempo para ser justa. Como frío cronista no toma en cuenta más que los resultados.»
La literatura se ha definido de infinidad de formas. Tomando un poco de aquí y un poco de allá todos tenemos en mente lo que es esta, si bien el concepto es algo abstracto y no fácilmente descriptible. Ello así porque cuando pensamos en ella llega a nuestra mente la buena, la que pesa. Esa es la característica que define el género cuando se escribe bien: un libro de doscientos, trescientos gramos, de repente pesa veinte kilos. Y ese es el «peso» de cualquier texto de Zweig.
Este autor (Viena, 1881 – Brasil, 1942) pertenece a un grupo de autores que a lo largo de la historia han vestido el humilde oficio de escribir de aquello que debería enarbolar cualquiera que se dedique a él: exquisitez. Esta es una cualidad que no depende del género, la exquisitez deberíamos de encontrarla en una escena de sexo, en el asesinato más macabro, en un pasaje gastronómico o en una comedia. La exquisitez vive en los ambientes más selectos y en los más vulgares y depende del autor encontrarla, hacérnosla ver: a ello obedecerá el «peso» de su obra. Leer a Zweig es un ejercicio de elegancia, una forma de crecer: tras cualquiera de sus libros uno siente que ha vivido años.
En lo que respecta a la novela, este autor es el maestro de la «nouvelle», han existido pocos genios de su calibre que consigan sobrexcitarnos los sentidos de tal forma. Con un humor pulcro, plagado de finura, exactitud, acuidad, nos hace disfrutar de las más variopintas situaciones, todas ellas extremadamente sencillas y alejadas del folletín. El buen escritor es el que consigue describirnos la sotana del cura de su pueblo y convertir esta situación en la más apasionante que hayamos leído jamás. Zweig huye de lo estrambótico, de lo excéntrico para plantear situaciones cotidianas con las que emocionarnos como si se tratara de un viaje a Marte. Ardiente secreto (1911) es una de las mejores. En ella un joven aristócrata decide cortejar a una dama y se gana su confianza a través del hijo de esta de doce años al que posteriormente ignora, deleitándonos de lo lindo con los sentimientos del niño, desde una perspectiva freudiana, en lo que respecta a los cambios psicológicos propios de su edad. Carta a una desconocida (1922) es otra de mis predilectas. Un escritor recibe la carta de una mujer a la que no conoce pero que ha estado toda la vida enamorada de él. Los límites que la enamorada cruza por el amor que siente y que relata en la carta, literalmente, ponen el vello de punta. Quizás Miedo (1913) sea mi favorita. Una mujer que engaña a su marido empieza a ser acosada y chantajeada por alguien que ha descubierto su secreto. El final de la novela les dejará en estado de shock. Novela de ajedrez (1941), Los ojos del hermano eterno (1922), La piedad religiosa (1939) y Confusión de sentimientos (1926) son otras de sus mayores perlas.
Zweig también escribió numerosas biografías plagadas de buen gusto y delicadeza. Cabría destacar la de María Antonieta (1932), sin duda mi favorita, llevada al cine en 1938 por Van Dyke y protagonizada por Norma Shearer. Es, además, una de esas películas que casa fielmente con el texto en el que se inspira. En la obra Tres maestros (1920), Zweig se refiere a Balzac, Dickens y Dostoievski. Sin duda destacan las palabras que dedica a este último, plagadas de admiración, estupor y justicia al que probablemente sea el autor más soberbio de la historia de la literatura. La biografía del poeta Émile Verhaeren (1910) y la de Erasmo de Rotterdam (1934) son otras de sus joyas.
Cuatro obras de teatro firmó Zweig: Thersite (1907), Les Guirlandes Précoces (1907), Jeremias (1916) y La casa al borde del mar (1911), sin embargo, una maldición teatral lo persiguió siempre, y es que una serie de acontecimientos –altamente sospechosos– le llevaron a abandonar el género: los actores protagonistas que iban a representar sus obras morían unos días antes del estreno. Zweig en su propia biografía lo achaca a la casualidad, pero de sus palabras se desprende auténtico miedo, un miedo a lo sobrenatural en el que quizás prefirió no pensar. Con los años algunos han aventurado que quizás estas personas eran asesinadas por los nazis, ya que Hitler siempre odió a Zweig.
Mención aparte merece la que sin duda es la mejor de sus obras: su propia autobiografía: El mundo de ayer, publicada tras su muerte. Con la exquisitez a la que nos tiene acostumbrados, el autor nos ofrece en ella uno de los mejores relatos existentes sobre la Primera Guerra Mundial y los inicios de la Segunda. Mucho se ha escrito sobre esto, siempre insisto: demasiado, pero esta narración, intimista, colmada de vivencias concretas y personales, quizás sea la mejor que he leído hasta ahora sobre la famosa época.
Comentarios
Un comentario en “Stefan Zweig”
Jesús
7 de mayo de 2018 at 13:57
No entiendo cómo se puede escribir sobre Zweig sin nombrar su libro más famoso, Momentos estelares de la humanidad. Pero bueno. Por lo demás bien.