TENER HIJOS Y… TENER HIJOS

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Hace unos días hablaba con una amiga recién casada sobre el gran giro que supone en la vida el hecho de tener hijos. Y es que es innegable que, por muy tranquila y “aburrida” que sea tu existencia, tener un hijo lo cambia absolutamente todo.

Cuando te enfrentas a la decisión de tener tu primer hijo piensas mil cosas. En mi caso (que supongo que será el mismo de muchas) sopesé tantos factores que parecía que estaba haciendo un plan de negocio a 25 años, pero en el fondo no podía evitar visualizarme a mí misma en una escena bucólica sosteniendo en mis brazos un pequeño precioso y rechonchete que me miraba enamorado y sonriente mientras yo (superwoman con veinte brazos) atendía mis llamadas de trabajo con una mano y con la otra cambiaba su pañal como si nada… ¡pobrecita ilusa!

El cambio es brutal. Para empezar, prepárate para estar al menos tres o cuatro meses sin poder darte una ducha como Dios manda, simplemente te meterás y saldrás en veinte segundos y casi sin poderte quitar el jabón. Olvídate de poder salir sin hacer preparativos o de poder improvisar sobre la marcha… tendrás que improvisar, sí, pero porque tu bebé se ha vomitado encima justo cuando salías por la puerta de casa. Los momentos románticos con tu pareja se acabaron, ahora todo girará en torno al bebé (dicen que se puede compatibilizar, pero la verdad es que de palabra todo es muy fácil y la práctica es otro cantar).

Tu economía, tus relaciones sociales, tu trabajo, tus viajes y hasta tu forma de vestir se verán completamente alteradas en los primeros años. Y esto no es todo…

Estarás cansada, agotada como nunca en tu vida. Esto implica que tendrás un mal humor constante que solo se te pasa cuando miras a esa criaturita perfecta porque… sí, aunque tu vida se adaptará a él o ella por completo y llegará un punto en el que olvides quién eras antes de tenerlo en tus brazos… una sola mirada hace que des por bueno cualquier sacrificio.

Tener hijos es brutal y maravilloso al mismo tiempo. Pero hay que estar muy mentalizado de lo que viene o te darás de bruces con una realidad que supera cualquier película que hayas visto.  Es una decisión que cambia tu vida para siempre, un compromiso que no caduca, que te hace mejor y te enriquece en muchos sentidos pero que también hace muy difícil poder tener una existencia cómoda y despreocupada.

Hay casos muy sonados y notorios como el de la periodista Samanta Villar, que hasta ha escrito un libro sobre el tema… un libro que pone los pelos de punta y que, aunque no deja de tener razón en muchísimos sentidos, para mí es un caso claro de maternidad muy mal sobrellevada. Todo en la vida tiene sus pros y sus contras, nada es perfecto.

Para recibir hay que dar, no hay más. Cualquier logro exige renuncias, sacrificio y esfuerzo y pretender que todo siga igual después de dar un paso tan importante es sencillamente imposible. La vida de hoy día no es la de hace sesenta años. Hace sesenta años la mayoría de las mujeres (lamentablemente) no tenían perspectivas laborales y la vida era básicamente una cuestión de sobrevivir. Sin lavadoras, sin pañales de usar y tirar, sin supermercados, metro o móviles… ¿Cómo lo hacían? ¿Cómo conseguían ser felices? Pues simplemente echándose a las espaldas la responsabilidad y haciendo de sus hijos y sus casas el centro de su vida. Hoy no es así, tenemos todas las comodidades, pero también tenemos una vida mucho más complicada. El trabajo nos consume, las ganas de tener más para darles más (gran error, por cierto)… ¡Ah! Y vida social, mucha, mucha vida social. En el trabajo (las mujeres, injusto pero cierto) tenemos que demostrar que ser madres no afecta a nuestro rendimiento dando mucho más de lo que dábamos antes de tener a nuestros hijos. Compatibilizar todo es agotador y sobrevivir al sentimiento de culpa de querer dedicarte una hora a ti misma cada día es muy complicado. La frustración de no poder disponer de tu tiempo o tu dinero con libertad, poder ir donde quieras sin dar explicaciones o el hecho de no traumatizarte por tener que dejar en manos de los abuelos lo que se supone que tendrías que estar haciendo tú porque hay que comer todos los días y por lo tanto tienes que trabajar… es muy duro.

Pero hay una realidad que lo supera todo. Los hijos se quieren más que a nada en la vida y su felicidad es el motor que nos mueve cuando los tenemos. Para mí, mi hijo es la mayor suerte que he tenido jamás y aunque no hay un solo día en el que no tenga que renunciar a algo por él, tampoco hay un solo día en el que no dé gracias a la vida por tenerle conmigo.

Y es que pensar en tener hijos no es lo mismo que tenerlos de verdad, por eso el único consejo que pude darle a mi amiga es que eligiese bien el momento porque es la diferencia entre ser una madre feliz o una madre amargada.