Todos somos Tony Adams
Apenas recuerdo que fue de ese joven brabucón de mirada desafiante y es que, hace ya mucho tiempo que cambié los pantalones anchos y zapatillas surferas por unos vaqueros ajustados y zapatos de oficina. Hoy en día huyo de las confrontaciones, divago con paso tortuoso del trabajo a casa y abandono los pubs bastantes horas antes del cierre. A veces pienso que ya no soy lo que fui, pero me consuelo cuando compruebo que, más tarde o más temprano, todos dejan de ser aquello que fueron o creyeron ser.
El martes pasado mi apretada agenda me hizo dudar entre ir al peluquero o a Los Cármenes. Finalmente, el despeinado y las resaltantes canas, hicieron que me decantara por la primera opción. Me conformé con visualizar cuatro o cinco fotos del homenaje a Diego Martínez sentado en la aburrida butaca de barbero. Mi enfermiza curiosidad y la obsesiva necesidad de buscar el dato perdido, hicieron que buscara más allá de la resplandeciente sonrisa del técnico gallego. Navegué por la arrinconada pared que cerraba la foto y allí, tras la figura deslumbrante del triunfador de la noche, abajo, pegado al suelo y supongo que en un puñado de semanas bajo la suciedad que se acumula en las esquinas recónditas, estaba su nombre: Tony Adams. Al leerlo se dibujó en mi cara una sonrisa cómplice sin saber muy bien por qué.
Seguramente Tony Adams representa en nuestra memoria granadinista todo lo contrario a Diego Martínez. Una boca muy grande, un baile ridículo y un chaleco de camarero. Apenas un meme de la peor temporada de la historia del Granada. Pero nuestra experiencia no debe de enjuiciar su trayectoria, Adams fue uno de los jugadores más carismáticos de la selección inglesa y el segundo futbolista con más partidos jugados con el Arsenal. Como en esa pesadilla en la que gritas y gritas y no sale ningún sonido de tu garganta, el británico debió ser incapaz de transmitir su antigua estampa a unos pupilos impermeables.
Adams pareció venir a Granada para calcar el ejemplo perfecto de lo que fue y ya no es. Para materializarse como vieja gloria. Como tú y como yo, que la hacemos volar hacia el cielo impulsada con un ligero suspiro, hasta perderla poco más allá de un metro sobre la cabeza. Nuestra estrella hace ya que dejó de brillar. Ahora somos ese nombre perdido tras el protagonista de la jornada, lo que queda a la sombra del foco del show. Todos hemos dejado de ser lo que fuimos. Todos somos Tony Adams.