Toma que Toma

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Celebración del Día de la Toma de Granada este 2017 | Foto: Román Callejón
Martín Domingo | @sundaymart
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2 de enero de 2017. 11:00 horas. He reincidido. Aunque hace unos años, cuando asistí a mi primera Toma, decidí que no volvería nunca más, algo -no me pregunten qué- me ha empujado a salir por segunda vez de casa camino de la Plaza del Carmen. En realidad, podría haberme quedado acostado, porque el espectáculo oficial y el que brinda la afición se repiten desde hace algún tiempo de manera milimétrica.

11:10 horas. Me cruzo por la calle Príncipe con un tipo que tiene algo que ver con las asociaciones de vecinos. Lo conozco de verle el careto en TG7. Una vez le escuché un alegato tirando a intenso sobre cubos de basura, que remató con un inevitable “todos y todas”.

Tiene expresión grave, solemne, de tío importante en un día importante. Viste un abrigo azul marino de corte institucional y va acompañado, a una prudente distancia, de otro señor trajeado. Me da por pensar que igual tiene un asesor. O un escolta.

11:15 horas. Llego a la Plaza del Carmen. A esa hora ya están allí los ultrasur y los biris norte, que caldean el ambiente y la espera con sus cánticos tradicionales. “Los genocidios no se celebran”, cantan los independentistas andaluces (que, al parecer, existen); “España cristiana, no musulmana”, replica el facherío.

Me doy una vuelta por la plaza para pulsar el ambiente, que diría el clásico.

Los ultras de derechas se han situado frente a lo que fue el Club Taurino - lo encuentro muy apropiado, teniendo en cuenta su afición a utilizar la cabeza para embestir-.

Los ultras de izquierdas han colocado sus banderas y sus pancartas a las puertas de la ONCE -acertado también, porque a esa hora más de uno ya va ciego como un perro; como un perroflauta, concretamente-.

Me pregunto si habrá llegado ya a la plaza alguien con buen juicio. Me tropiezo con el expresidente de los comerciantes. Sigo buscando.

11:30 horas. Poco a poco la plaza se ha ido llenando de gente. Incluso de gente normal.

La comitiva municipal sale a la calle desde el interior del edificio consistorial.

Suena el himno de Andalucía, que pitan los falangistas. El de España lo silban los abertzales.

El alcalde y los concejales miran al cielo y piensan que no han escapado mal: los han puesto mirando a Cuenca, pero al menos no se les ha cagado encima el caballo de Moratalla.

El cortejo se pierde Reyes Católicos arriba (con perdón), camino de la Capilla Real.

12 horas. Me acerco a Bib-Rambla (léase birrambla) a tomarme un chocolate con churros, que la mañana es luminosa pero gélida. Es esta una tradición sin polémica. O igual me precipito, que en Granada nunca se sabe.

Me siento en una mesita a la entrada y tomo algunas notas en el moleskine que me trajo mi hermana de Berlín.

12:30 horas. Pago el chocolate y los churros y vuelvo a la Plaza del Carmen. Está a rebosar. Es decir, 3.000 personas. Toda Granada, según los partidarios. Una minoría nostálgica para los detractores.

Avanzo entre el gentío y un joven recién salido del casting de “Amar en tiempos revueltos” me entrega media cuartilla, impresa por Democracia Nacional, relativa a la Toma de Granada: “Una nueva Reconquista para defender nuestra identidad, para defender lo nuestro”. No me imagino qué les voy a enseñar a mis amigos de San Sebastián cuando se lleven la Alhambra a los Emiratos Arabes. El resto es bazofia neonazi de manual: los españoles primero en las ayudas sociales y en los puestos de trabajo y todo eso. En España no son peligrosos. Por ahora.

12:45 horas. Me dice un entendido en tradiciones granaínas que quedan tres cuartos de hora para que el cortejo vuelva a la plaza.

La espera se hace larga, pero los grupos ultras se ocupan de animar el gallinero y entretener a la parroquia. “No a la Toma, sí a Mariana”, gritan desde el Fondo Norte. “No a la Toma… de estupefacientes”, completan la frase los del Fondo Sur. “Hoy como ayer, Fernando e Isabel”, vocean los fachas. “Isabel es una guarra”, replican los batasunis. Ahora entiendo lo del Pendón de Castilla.

13:30 horas. El experto lo ha clavado, la comitiva entra de nuevo en la Plaza del Ayuntamiento. Este año integran el cortejo los legionarios y unos moros de Benamaurel, que son como los analistas de La Razón que van a las tertulias de Ferreras: tíos que cobran para que se caguen en su puta madre.

Entonces estalla lo que el cura de la Peza definió de manera precisa como “el follaero de María Santísima”.

Gritos, insultos, “asesinos”, pitos a los himnos, “menos militares y más hospitales”, banderas de España con el pollo al viento, “vosotros fascistas, sois los terroristas”, un tío de Móstoles (menuda empanada), con pinta de bajista de Gabinete Caligari, replicando “el fascismo es alegría”, petardos, un niñato cantando “concejal maricón, en Marruecos paredón”, para regocijo de un falangista viejo con pinta de bujarrón, “¡Granada…!”, “qué”, “¡Granada…!”, “qué”, “¡Granada…!”, “qué pollah quiereh”… Y, por fin, la plaza vacía y el silencio.

14:15 horas. Agotado, me dirijo a un bar de la Romanilla, y me tiro en una silla de la terraza. El camarero, que es italiano, me saluda:

- “Buenas tardes,¿qué tal?
- “Nada, que vengo de la Toma”.
- “¿Qué Toma?”
-“Una cervecita, por favor”.
- “¿Aguila o Alhambra?”
Me quedo pensativo unos segundos.
- “Ya he tenido bastante por hoy. Mejor póngame un nestea”.