Traición a la tradición
Me faltan dedos en las manos para enumerar las ocasiones en las que una bandera que por derecho me representa ha sido usada para reivindicar causas que me abochornan
Cómo nos cuesta retocar algunas tradiciones con olor a tocino para airear la despensa… Como ésa en la que el/la concejal más joven del grupo municipal del Ayuntamiento tremola un pendón desde el balcón de la casa consistorial al grito de: ¡Granada! … y todo lo demás.
Yo esto me lo sé de oídas porque sólo he asistido a una toma de Granada en la Plaza del Carmen: la de un cubata tras otro en las campanadas de Fin de Año. Y aunque seguramente iría hecha un pendón como demanda la fecha, tremolar no tremolé nada porque hasta hoy no me ha desvelado el DRAE el significado de este verbo, que por su fonética siempre me evocó un trozo de carne blando y tembloroso.
Y es que yo no soy mucho de tremolar, consciente de que esto saca de quicio a mucha gente a quien trato de entender con algunas dificultades pero dispenso profundo respeto. Aunque reconozco sentir cierto orgullo sureño (del sur de todos los sures, no más) no ondeo banderas con facilidad por desconfianza de que el uso indebido traicione lo que simbolizan.
Me faltan dedos en las manos para enumerar las ocasiones en las que una bandera que por derecho me representa ha sido usada para reivindicar causas que me abochornan, de ahí que me abstenga de envolverme en ninguna. Pongo por caso la de esta tradición que llamándose granadina al menos a mí no me representa. Y lo explico.
En mis libros de texto y en mis lecturas posteriores -Juan Latino, El segundo hijo del mercader de sedas, incluso León El Africano- se me perfiló un/a granadino/a de origen, color, raza y religión diversos. Entiendo que nuestra deriva histórica haya tratado de convencernos de que formamos parte de una larga estirpe de cristianos viejos pero nada nos impide tras casi 40 años de democracia desempolvar algunos capítulos de nuestro pasado para enriquecerlo.
No se trata de reescribir ni de modificar la Historia sino más de bien de retocar la manera de festejarla dado que enfocarla desde la óptica de los que vencieron no es necesariamente motivo de júbilo –ni de apartado en los presupuestos municipales, si me apuran- para el conjunto de la ciudadanía.
La iniciativa del actual equipo de gobierno de sumar un desfile de moros y cristianos de Cúllar, Zújar y Benamaurel a la conmemoración de la Toma de Granada refresca la tradición sin traicionarla. Es además una apuesta tan divertida y espectacular que constituye por sí misma un argumento para reavivar una festividad que amenazaban con apropiarse un puñado de tristes nostálgicos.