Triunfo en la batalla de Málaga, por Miranda
El dibujo humorístico que encabeza este escrito lleva la firma de José María Miranda Serrano, nacido en Guadix a principios del siglo XX y más conocido por su primer apellido, con el que durante 39 años (1932-1971) firmó en el Ideal diariamente uno de los platos fuertes del rotativo granadino. Empezar el ejemplar del Ideal por la última página fue costumbre penibética muy practicada porque en esa contraportada era donde solía aparecer el chiste de Miranda diario.
Ésta que aquí vemos, publicada el 12 de diciembre de 1933, es una de sus primeras caricaturas. Para los que pudimos alegrarnos con las cosas de Miranda a lo largo de décadas, salta a la vista que todavía sus dibujos no han alcanzado ese marchamo característico que lo identificará durante muchísimos años. Casi se puede decir que este chiste de Miranda es atípico porque faltan el gato y la mosca, que fueron ambos una segunda firma que comenzó a incorporar a sus monos después de la Guerra Civil y que ya nunca faltarán en sus colaboraciones hasta el último de sus dibujos, cualquiera que fuera la temática a la que se refiriesen. Su atipicidad reside en que fue pergeñado por un Miranda joven y todavía no resuelto.
Miranda solía retratar con sencillez y con gracia determinados episodios de la vida doméstica a la vera de la Alhambra, y en el fútbol encontraba a menudo tema para sus dibujos y sus ocurrencias humorísticas. Este chiste de diciembre de 1933 es un ejemplo. La escena recoge a los equipiers del Recreativo Granada que vuelven de Málaga maltrechos, pero victoriosos, al imponerse al “eterno” rival en su campo de los Baños del Carmen.
Miranda representa a los blanquiazules recreativistas transportados por el Carro de la Carne. Propiamente, el carro de la carne era el que desde el matadero municipal solía abastecer a los mercados y establecimientos del ramo. Pero también, zumbonamente, se daba ese nombre a otro carro, que era el que trasladaba al cementerio a aquellos que morían en la más completa indigencia, sin poder costear su familia, si la tenían, ni siquiera el importe de la mortaja; era ésta una macabra escena de un pasado no tan lejano, un transporte municipal en el que yacían los cuerpos apilados de cualquier manera, y que en no pocas ocasiones perdía parte de su carga sin que el conductor (un Caronte beodo a la penibética) que trasladaba a los inopes a la fosa común se percatara de la merma por esas cuestas llenas de baches.
Dos días antes de la publicación en Ideal de este chiste de Miranda, el domingo 10 de diciembre de 1933, el Recreativo que entrenaba Antonio Rey comparecía en Málaga en el segundo encuentro del cortísimo campeonato de liga de 3ª división, (subdivisión B, grupo VI) 33-34, de sólo cuatro jornadas, y se traía los dos puntos al vencer al Malacitano 1-2, ambos goles obra del ariete Calderón, inaugurando de paso la larga y fiera rivalidad con los vecinos de la Costa del Sol.
Es un Recreativo al que pocos meses después bautizará el árbitro internacional y columnista deportivo de prestigio, Pedro Escartín, con el apelativo de “Once Fantasma”, por ser un desconocido en el panorama balompédico nacional pero que ya viene pegando fuerte. Sólo dos partidos más de liga disputará nuestro equipo y se proclamará campeón de su grupo, accediendo a la fase de ascenso a Segunda División, play off en el que no tendrá suerte y caerá eliminado en la segunda ronda por el Gimnástico de Valencia, aunque antes de que termine el año 1934 ascenderá a la categoría de plata en una segunda oportunidad que no se dejará pasar.
Los dos eternos rivales era la primera vez en la historia que se veían las caras y para estrenar la tradición quisieron estar a la altura de las circunstancias. Las varias crónicas de que disponemos coinciden en que todo iba bien y sin incidentes hasta que nuestro equipo marcó el 0-2, lo que desató las hostilidades, y el momento culminante ocurrió cuando el árbitro sevillano Gutiérrez tuvo la osadía de no conceder en primera instancia el gol del Malacitano, gol fantasma en el que no se sabe si ha entrado o no el balón, viéndose el trencilla obligado a darle validez para conseguir que cesaran los golpes que recibía a diestro y siniestro, ante la invasión del césped del campo de Baños del Carmen.
El delegado recreativista Paco Cristiá, acusado por directivos malacitanistas de agredir a un jugador local en la refriega que se armó, acabó detenido previo paso por la Casa de Socorro para ser curado de las múltiples heridas y contusiones que recibió por parte de una horda de descontrolados forofos marengos. En medio de la gran bulla, que comenzó en el terreno de juego y después se trasladó a las gradas, también cobró lo suyo aquel plumilla muy vehemente en la defensa del Recreativo que firmaba como Martinenc en El Defensor, según relató él mismo.
Los pocos años que duró la II República no fueron nada pacíficos. La victoria de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933, con la que comienza el que se conoce como “Bienio Negro”, había dado pretexto a la izquierda radical para volver a sacar la tea y así, en los momentos en que se inaugura la rivalidad balompédica con los vecinos, Granada arde (literalmente). Es la revolución social a que se refiere Miranda en su caricatura. La víspera del partido de Málaga, un atentado con bomba contra la central eléctrica de Diéchar buscaba dejar a oscuras la ciudad, mientras que varios templos albaicineros ardían. La iglesia de San Luis sigue en ruinas desde entonces. Y los días siguientes, declarada la huelga revolucionaria por los sindicatos anarquistas, un nuevo atentado, ahora contra la central eléctrica de Pinos-Genil y otras cuantas iglesias albaicineras en llamas fue el paisaje imperante en una ciudad desierta y sólo transitada por fuerzas del orden. Hasta el miércoles 13 no volvió la calma. Más de cien faístas fueron detenidos, pero al menos no hubo que lamentar desgracias personales.