Tu primera vez

No sé si mi hija Lidia recordará el día de mañana su primer partido, pero yo seguro que lo haré de por vida

Lidia en Los Cármenes
Lidia observa un imponente estadio de Los Cármenes vacío desde la zona de preferencia | Foto: José Quesada
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La tarde del sábado, aunque íbamos con tiempo de sobra, salimos corriendo de casa. Mis ganas por enseñártelo todo convertían las horas en minutos. Yo iba con la camiseta que nos dio la clasificación europea, tú con una prestada que te llegaba por las rodillas. De mi espalda colgaba mi mochila de los partidos, aunque extrañamente abultada. Como siempre, cargaba con la bufanda y el agua; pero también llevaba tu gorra, tus gafas de sol, un par de bolsas de gusanitos, unas cuantas galletas y un puñado de juguetes por si se aburrías. No podía faltarme nada.

En el camino en coche no despegaste la mirada de la ventanilla, ibas absorta en tus fantasías… ¡Qué pasará por esa cabecita!

Llegamos pronto, muy pronto y accedimos a Los Cármenes más temprano de lo que jamás lo había hecho nunca. No había nadie, solo estábamos nosotros. El estadio parecía engalanado solo para ti, solo para tus ojos. Mirabas para arriba y sonreías. No decías nada, pero tu mirada lo preguntaba todo. Por eso yo te hablaba y te hablaba. Te explicaba el por qué estaban las luces encendidas si era de día, por qué echaban tanta agua en el césped, por qué había tantas cámaras, por qué la gente cantaba y reía…

El partido comenzó, el balón iba de un lado para el otro, pero tu solo mirabas las banderas, canturreabas las canciones que resonaban en tu cabeza y movías la bufanda a la vez que te despeinabas. Te reías cuando todos sufrían. Nuestro equipo empataba con el colista, pero tú te lo estabas pasando genial saltando de silla en silla. Y entonces, cuando se acercaba el descanso, llegó el gol. Tu primer gol. Fue un gol de esos relajantes, de los que se cantan con alivio y alegría. Pero tú no gritaste ni saltaste, te encogiste y me abrazaste. Te asustaste. Yo te levanté, te acaricié y bailé para que así te rieras.

El partido finalizó mejor de lo que hubiera soñado: victoria y liderato. Todos decían que nos habías traído suerte, pero, para mí, no había nada comparado con tener tu cuerpecito acurrucado en el asiento de al lado.

Ayer fue el primer partido de mi hija Lidia. Una experiencia que dicen que nunca se olvida. No sé si ella lo recordará en el día de mañana, pero yo seguro que lo haré de por vida.

No podía terminar este texto sin agradecer desde aquí la bondad de la persona que me cedió su abono para que llevara a mi hija, la infinita paciencia de mis amigos por aguantar sus travesuras con una sonrisa, la generosidad de la pareja que se sienta detrás de mí por regalarle chucherías y la profesionalidad del jefe de seguridad de la puerta 8, por acompañarla y cuidarla mientras yo corría toda la banda del estadio para acceder por la número 1.