Cómo se organiza la ayuda en una frontera de guerra

Destacan ejemplos como el de Beata Brzozowska-Zburzyńska, una profesora de español en la Universidad de Lublin que vivió en Granada durante dos años, volcada con el trabajo a través de su plataforma Polska 2050

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Los voluntarios atienden a los refugiados entregándoles alimentos
Enrique Abuín
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Una de las miles y miles de preguntas que surgen en estos días de guerra es: ¿hasta cuándo es capaz de aguantar el cuerpo y la mente humana? De los que resisten al bombardeo o de los que huyen del ataque militar. También de los que se solidarizan al otro lado de la frontera, con mucha voluntad y entregando horas de su vida diaria para estar lo mejor organizados posibles. La visita a la frontera polaco-ucraniana de Dorohusk, junto a la ciudad de Chelm, es factible gracias a la colaboración de las personas que integran una de las entidades que más se ha volcado en la ayuda humanitaria, el equipo de la plataforma política de ámbito nacional Polska 2050 desde su sede en la zona de Lublin.

En Chelm, la ciudad a escasos kilómetros de la frontera de Dorohusk hay coches de autoescuela haciendo prácticas y la línea 13 de autobús baja a algunos pasajeros. También hay obras importantes que no paran. La vida sigue, dicen... Es enorme el contraste con el drama de la guerra que se cuece en la línea de paso, donde rápido se eriza el vello entre las imágenes de muchas personas con la vida rota y el frío que cala los huesos, ya que por mucho cambio climático en todos lados no deja de ser invierno.

Para llegar a la mismísima frontera cobijada por policías y militares hay que tener un motivo: ayuda humanitaria, recogida de familiares, cobertura mediática… Con un Skoda Fabia llenísimo hasta los topes de bultos (cajas con productos muy necesarios) y, sobre todo, pañales, se entra directo al territorio, unos 300 o 400 metros de arcén y explanadas que son un mundo en sí. Lo de los pañales es porque la gente que está en primera línea constata lo necesarios que son después de haber visto ya a niños que venían tres días sin cambiarse.

Una de las voluntarias que colabora con Polska 2050 y no mira el reloj desde el 24 de febrero es Beata Brzozowska-Zburzyńska, jefa del área de Hispánicas en la Universidad Marie Curie de Lublin. Beata tiene una gran vinculación con Granada. Conocedora de las tapas, estuvo de estancia universitaria dos años de 1997 a 1999, mantiene una vinculación estrecha con la UGR y su segunda hija de los cuatro que tiene estudió hace un cuatrimestre de Erasmus. Beata es uno de esos personajes anónimos que conecta a la gente para ayudar al pueblo vecino.

Un torbellino de fuerza y una persona preparada, que explica detalladamente la historia de Lublin y el contexto político polaco, para advertir que lo que hay dejar claro es que la opción progresista es estar del lado de los ucranianos que están sufriendo y que es un crimen lo que está perpetrando Putin a través de su ejército y sus acólitos. Una polaca con mucha afinidad con Granada que está haciendo un trabajo enorme. Ahí queda por si en algún momento desde aquí hay que dar algún reconocimiento a personas que hacen esfuerzos solidarios.

Ella ha estado desde el primer día yendo a las estaciones de autobús y tren, ayudando a alojar a familias, organizando recolectas y poniendo en contacto a personas. Pendiente de cuáles han sido los productos necesarios en cada momento y movilizando a la gente a través de su Facebook. Eso sí, le preocupa saber hasta cuándo habrá dinero y capacidad para responder como merece la ocasión porque el flujo de personas es incesante y el caos crece por días.

Hasta la frontera, con el coche cargado, conduce Rafał Maksymowicz, un joven que trabaja en una tienda de informática y que cada varios días hace turno de noche en la frontera. Explica detalles interesantes como lo duro que es pasar la noche al raso, cuando el McDonalds a unos 20 kilómetros de la frontera invitó hace unos días a comer a 800 huérfanos o el grupo de ucranianos -en Lublin por la cercanía hay una gran comunidad- que estudian un modulo agrario y volvieron a su país tras los exámenes y se han quedado allí atrapados. Su motivación para ser voluntario, dice, no hace falta ni explicarla: hay que arrimar el hombro ante algo así por la cercanía y porque le podría pasar a cualquiera.

Una de las mujeres que está organizando en la frontera la tienda de campaña (con todo tipo de objetos y alimentos) es Katarzyna Rot, quien junto a su compañera Marta Kowalczuk, saca adelante la gestión de la tienda de campaña cada vez que llega un autobús lleno de gente o particulares huyendo de la guerra. Vive a escasos kilómetros de la frontera y admite su preocupación y que no tiene una hora libre al día, pero igualmente lo hace con todas las ganas.