Un aldabonazo contra el optimismo oficial
Ha aparecido una vez más el informe anual de Cáritas como un aldabonazo a las conciencias que va mucho más allá del discurso oficial de superación de la crisis. Los datos y las cifras de la macroeconomía puede que apunten a una normalización de indicadores que convergen o están en vías de converger con los anteriores a esa terrible época en que, a finales del pasado decenio, golpeó con crudeza el mercado del trabajo y el bienestar de las familias. Pero si esos indicadores inducen al optimismo a nuestros dirigentes aparece Cáritas para recordarnos año tras año a través de su informe que no puede haber recuperación ni modelo económico que no ponga en el centro de todos los objetivos a las personas y sus necesidades básicas.
Así, todas las informaciones de prensa han puesto el acento en el dato descorazonador que, además, va en aumento: el número de personas que pese a tener un trabajo precisa de ayudas asistenciales para atender sus necesidades básicas va in crescendo en Granada. Si en 2015, este apartado de la memoria de Cáritas correspondía al 10 por ciento de las personas asistidas por la organización diocesana, en 2016 ya alcanza al 14 por ciento. Cuatro puntos de ascenso en un año para revelar una vez que el empleo que se crea -ese del que saca pecho el Ministerio cuando desvela las cifras del mes anterior- no tiene la calidad suficiente para mantener uno de los axiomas que años atrás se correspondía con la verdad y ahora no: que un puesto de trabajo equivale a salir de la pobreza. Esto ya no es verdad y, en consecuencia, se intensifican las situaciones de precariedad que se "cronifican" en el tiempo.
Así, en un escenario de ligero descenso en el número total de personas atendidas, los datos de Cáritas apuntan un crecimiento del 26 por ciento en cuanto a las atenciones que la organización prestó durante el pasado año, "lo que constata la intensificación de las situaciones de precariedad que padecen las familias y personas acompañadas". Otro dato: la mitad de las personas atendidas viven en barrios o zonas "en buenas condiciones" y el 57 por ciento no dispone de ingresos por haber agotado el sistema de protección por desempleo. Es decir, el riesgo de pobreza y precariedad avanza desde las zonas marginales y está llamando a puertas donde nunca antes se pensó que llegaría.
A fin de cuentas, no sé de qué nos sorprendemos. Miremos a mayo: casi millón y medio de contratos firmados en toda España y apenas cien mil puestos de trabajo creados. Datos -en trazo grueso- del Gobierno que se corresponden con los de la memoria de Cáritas en la provincia: un ligero descenso en el número de atendidos, pero las asistencias han aumentado un 26 por ciento, porque las ayudas ofrecidas se cronifican y alargan en el tiempo. Más de la mitad de las personas atendidas llevan al menos tres años acudiendo a Cáritas. Conclusión: no se constata una mejoría en la situación general. Y lo peor: en el 60 por ciento de los hogares atendidos hay niños.
Esta es la realidad de una crisis que no se ha superado por más que así lo proclamen los organismos oficiales mientras exista esta cara B que no puede ser ocultada. Cáritas nos viene a recordar, también, esa labor que desarrollan las parroquias, que llegan con su penuria de medios hasta donde el Estado debería llegar y no llega.