Un socio de honor revolucionario
Los de la foto estrenan en partido oficial casero las camisetas de rayas horizontales y posan la calurosísima tarde (40º a la sombra a las 17,45) del domingo 9 de septiembre de 1973 antes de disputar el partido de la segunda jornada que les enfrentará al R. Madrid. Todo el papel se ha vendido y hay en las gradas más de 22.000 almas (y cuerpos), de los que casi la mitad, los de General, tendrán que ver el partido de pie y literalmente a presión y a pique de la insolación si es que no se han hecho con una de esas cartulinas blancas (¡viseras pa’l sol!) dobladas por un extremo y con una gomilla como barboquejo que se pregonan a las puertas del viejo campo de la carretera de Jaén. Como el lleno hasta la bandera estaba asegurado, el nuevo directivo Gerardo Cuerva ha sido previsor y ha contratado con una empresa privada la colocación al lado del ambigú del marcador de una escalera metálica para que los del tendido de sol puedan más ágilmente entrar y salir del recinto. No es día del club a pesar de ser quien es el visitante, que es muy pronto para darle otro sablazo a la hinchada después de que hace poco se haya ésta generosamente retratado sacando su carné, por eso la taquilla no es de récord, tres millones y medio de rubias pesetas.
Falta Castellanos, perla de esta plantilla, que está en Viator sirviendo a la patria haciendo el CIR. También Porta, ligeramente lesionado en la semana previa. Pero sí que están las dos únicas novedades respecto del equipo de la temporada anterior, Echecopar, por fin autorizado en el fútbol español aunque como guiri, no como oriundo, y el fichaje bomba de este año, el otro extranjero de los dos que a partir de ahora se admiten por equipo, Montero Castillo, aunque éste por poco se tiene que quedar fuera y pasar algún tiempo a la sombra por mor de algún problemilla con la Justicia al querer sacar de España cierta cantidad de pesetas que le entregó Candi como pago nada más ficharlo. El que no está en el equipo visitante es Amancio porque el gallego no tiene la conciencia tranquila por lo ocurrido hace dos temporadas en Madrid y que le valió la enemiga de alguno de los que hoy visten de rojiblanco, y siente pavor por jugar en Granada.
En la previa el míster merengue, Miguel Muñoz, había declarado a la prensa madrileña que el fútbol del Granada roza con lo que permite el Reglamento, aunque luego ante los periodistas granadinos negó que él hubiera dicho lo que se publicó y quiso dejar claro que el Granada en cuanto a dureza es como todos, fuerte. Asimismo, los jugadores madridistas entrevistados por la prensa local coincidieron en que el juego del Granada no tiene nada de particular con respecto al que practican otros equipos en lo que se refiere a dureza. Sin embargo, nuevamente entrevistados a la terminación del choque, lo declarado difería bastante. El alemán Netzer dijo que el 3 (Aguirre Suárez), el 2 (Toni) y el 6 (Fernández) del Granada eran los tipos más duros que había visto en su vida sobre un campo de fútbol. Pero el que más motivos de queja tenía era Santillana, lesionado por un codazo en su ojo derecho propinado por Aguirre Suárez cuando faltaba poco para terminar el partido y que le causó fractura parcial del globo ocular y desviación de tabique nasal, según un primer diagnóstico, lesión que le iba a tener apartado de los terrenos dos meses. Fue un codazo alevoso al más puro estilo Aguirre, o sea, cuando el balón y la atención de todo el mundo se hallaba a bastantes metros de distancia. Nadie vio nada. Nadie excepto Santillana, claro. Las crónicas madrileñas y también las crónicas granadinas refieren la lesión de Santillana, pero ninguna dice que fuera por una agresión. El árbitro Oliva tampoco vio nada; es el mismo trencilla que en este mismo escenario y con los mismos contendientes, pero ya en junio y en copa, ni siquiera tarjeteará a Fernández cuando éste tenga “aquello” con Amancio. Desde luego el argentino con sus métodos no hubiera completado un solo partido de haber sido profesional en los tiempos actuales, pero faltaba todavía mucho para que el VAR llegara al fútbol español.
Los comentarios acusando a los rojiblancos de violentos vinieron días después en la prensa madrileña, y Marca publicó a doble página el oscuro historial de Aguirre Suárez. Y es que a estas alturas ya no había quien parara la “leyenda negra” del Granada. Lo triste es que a aquel gran Granada de Joseíto se le recuerde más por esta faceta (que no vamos a negar ni tratar de justificar) y no por el magnífico juego que desplegaba y con el que quedó sexto al finalizar la liga.
El partido en realidad fue un pestiño de considerable pesadez. Los dos equipos estuvieron más preocupados de evitar los goles en su propia puerta que de buscar la contraria, con lo que resultó un encuentro jugado con muchísima lentitud y con exceso de eso que tanto desdeñaban los medios de la época, el centrocampismo (o centrocuentismo por otro nombre), y el personal se aburrió bastante. Al cuarto de hora ya lucía en el marcador Aspes el resultado que sería definitivo, empate a un gol. Se adelantaron los forasteros por medio de Santillana, pero enseguida empató el Granada gracias a un penalti sobre Quiles que Echecopar no desaprovechó. Desde ahí hasta el final sólo sudor y sopor en las gradas. Pero a pesar del empate, Candi se estiró y recompensó a la muchachada rojiblanca con una prima igual que si hubieran ganado, 15.000 del ala por barba.
La victoria en Atocha de la primera jornada, más este empate, más un nuevo empate en Castellón en la jornada siguiente, seguidos de la victoria en Los Cármenes frente al Gijón y de otro empate también casero frente al Murcia, valieron en la jornada cinco el liderato de los rojiblancos por única vez en su historia (hasta el momento, claro), y también el que fue el mejor arranque de temporada del Granada jugando en Primera División hasta que Diego Martínez y los suyos superaron recientemente la gesta de aquella temporada 1973-74.
En el palco, presenciando el partido, estuvo Julio Rodríguez Martínez, natural de Armilla aunque era mucho más motrileño que de la Vega, catedrático de Cristalografía y Mineralogía y en esos momentos ministro de Educación en el gobierno de Carrero. Del palco de Los Cármenes salió don Julio con un pergamino enmarcado bajo el brazo, muy iluminado y escrito en preciosa caligrafía redondilla y en el que se podía leer que su portador había sido nombrado socio de honor del Granada CF. Eran tiempos en los que Candi prodigaba los honores y reconocimientos a los más variados personajes. Sin ir más lejos, acababa de distinguirse al gobernador civil de la provincia, Alberto Leiva Rey, con la insignia de oro y brillantes del club por su apoyo a la construcción del que iba a ser nuevo campo del Granada en la carretera de Pinos-Puente, que en esos momentos se cocinaba en la mente del presi pero que no llegaría a convertirse en realidad. La misma distinción fue otorgada a algunos mandos de la Policía Armada por la labor de seguridad que cada domingo realizaba la fuerza pública en Los Cármenes. Le seguiría el presidente del Valencia Julio de Miguel, también distinguido con la insignia de oro y brillantes del Granada para tratar de atemperar el clima bélico que presidió en aquellos años los partidos frente al equipo che. Poco tiempo después, en plena fiebre de fichajes guaraníes por el equipo rojiblanco, el “insigniado” en oro y brillantes sería el embajador de Paraguay en Madrid. También algunos futbolistas merecieron aquella temporada el mismo pin: De la Cruz, ex granadinista e internacional, en los vestuarios después de aquel partido que acabó en medio de un gran follaero (en granaíno castizo) y en el que el Barcelona del primer Cruyff empató a un gol, cuando Asensi dijo aquello de que jugar en Granada «es como ir a la guerra». También Ñito fue recompensado con oro y brillantes al desvincularse del club después de ocho temporadas como rojiblanco.
En el momento en que el armillero-motrileño recibe de manos de Candi la distinción honorífica rojiblanca todavía no se sabía nada de la cuestión, pero sin duda ya tendría en mente don Julio su gran aportación a la historia de la enseñanza en España y por la que es recordado, aunque ese recuerdo no sea precisamente evocador: el que se llamó “calendario juliano”. Julio Rodríguez fue ministro sólo seis meses, hasta que murió su mentor, el almirante Carrero Blanco, pero en ese corto periodo tuvo tiempo de idear y llevar a la práctica algo realmente original y sin parangón. Por orden ministerial de 27 de septiembre de 1973 dispuso que el curso académico universitario en España a partir de ese momento coincidiría con el año natural, esto es, empezaría a primeros de enero y acabaría en navidades. Si de por sí el revolucionario cambio impuesto por el nuevo ministro resulta sorprendente, no lo es menos uno de los motivos que se exponen en la orden que lo dispone, según la cual esa medida se tomaba, entre otras cosas, pensando en los pobres repetidores, para que éstos no tuvieran que tirarse todo el verano enfrascados en libros y apuntes mientras que sus compañeros más listillos se iban por ahí de vacaciones.
En la citada orden ministerial se decía que la modificación se hacía con carácter experimental y en principio sólo se aplicaría a los que ingresaban de nuevas en la universidad, estando prevista su gradual implantación cada año hasta completar todos los grados. Pero tan chiripitifláutica medida sólo afectó al curso 73-74 y su facedor ni siquiera llegó a verla en el día a día porque antes de Reyes de 1974, sin que el calendario juliano hubiera entrado todavía en vigor, recibió Rodríguez en su domicilio al fatídico motorista con el sobre de su cese, y su sucesor en el cargo una de las primeras disposiciones que adoptó fue la de dejar sin efecto el invento y para el ejercicio siguiente volver a la normalidad. Pero cuando eso ocurrió ya había por toda España unos cien mil nuevos universitarios que llevaban seis meses de vacaciones. Sin duda fue a éstos a los únicos que gustó la ocurrencia juliana.
Cuando su nombramiento, corrió el rumor, nunca confirmado, de que en realidad Rodríguez se había convertido en ministro por equivocación. No sabemos si se trata de algo real o sólo fue otro más de aquellos muchísimos chascarrillos sobre Franco y sus cosas que circularon de boca en boca a lo largo de todo su reinado y que se contaban bajando mucho el tono de voz. Se decía que Franco, nada más designar en junio a Carrero presidente del gobierno, le había dicho a éste más o menos algo así: -En Educación me pones a ese catedrático granadino, rector de la Autónoma. Y el almirante, obediente, había nombrado efectivamente al que era en esos momentos rector y granadino, Julio Rodríguez, cuando en realidad el Jefe de Estado en quien estaba pensando era en el también granadino Luis Sánchez Agesta, catedrático de Derecho Político y reciente antecesor en la rectoría de la Universidad Autónoma de Madrid.