Un trofeo con michelines y los 'granaguayos'
Para ver al natural semejante exuberancia trofeística hay que viajar a la capital de Serbia, Belgrado, en 1973 también capital de Yugoslavia. La copa futbolera más gorda de cuantas se ponen o se pusieron alguna vez en juego en las Españas cada verano, 1,20 de alto por 1,12 de ancho, lleva el nombre de I Trofeo Granada y luce en sitio destacado de la sede de un club hoy venido a menos pero por entonces un habitual en las competiciones europeas, el OFK de Belgrado. Allí puede verse al lado de su otra única copa internacional, el I Trofeo Teresa Rivero, ganado en Vallecas en 2002.
La enorme copa moruna rematada por la Fuente de los Leones fue conquistada por el club todavía yugoslavo con toda justicia un agosto granadino de hace cuarenta y seis años dando una exhibición de un fútbol bastante más moderno del que por aquí estábamos acostumbrados a ver, y en dos grandes partidos fue muy superior a sus rivales y derrotó al anfitrión 2-3 para en la final pasar por encima de todo un Peñarol de Montevideo y endosarle un 4-0. Para poder cargar los setenta kilos de peso del grandísimo lauro conquistado tuvieron que arrimar el hombro todos los yugoslavos, y después hubo que desmontar el catafalco porque de una pieza no entraba por ninguna de las puertas ni maleteros de su autobús. En el fútbol español todavía casi no se había superado la vieja WM y así el equipo serbio, con un juego mucho más rápido y más de apoyo entre líneas, muy diferente y evolucionado en comparación con el que se practicaba por estos predios, dio dos lecciones de fútbol moderno y se llevó a su casa un trofeo que es único, aunque esa singularidad se la dé más su rareza que su prestigio futbolero.
En los primeros años setenta cualquier ciudad o aldea de España tenía su propio trofeo veraniego y el Granada, o sea, Candi, no quiso ser menos. Don Cándido nunca se anduvo con calderillas y puestos a organizar un trofeo quiso que fuera esplendoroso en todos los sentidos, hasta en el de la propia cosa, el premio que habría de llevarse el vencedor, y encargó la copa a un orfebre madrileño de prestigio. De los talleres de Luis Alegre salió esa monstruosidad de copa de base dodecagonal con una galería de arcos morunos, todo rematado por una fuente de Los Leones casi de tamaño natural. La Diputación costeó las cerca de 400.000 pesetas en que se valoró el trofeo, hecho a base de maderas nobles, plata y oro, un capital por entonces. Una descomunal joya valiosísima, modelo único ya que su autor murió al poco tiempo y para las siguientes ediciones del trofeo se optó por una copa bastante más delgada, de cintura pero también de coste.
Un trofeo veraniego que se preciara en aquellos años tenía obligatoriamente que consistir en un cuadrangular entre dos equipos nacionales y dos extranjeros, y en el pensamiento de Candi estuvo desde el primer momento instituir un trofeo futbolero que pudiera equipararse a los de más solera del panorama veraniego nacional. Como locales el propio Granada y su eterno rival, el CD Málaga.
Los de la Costa del Sol, con Viberti, Deusto, Macías, Vilanova, Migueli y otros, y con Marcel Domingo como entrenador, atravesaban su mejor época histórica y militando en primera solían desenvolverse cada liga en la mitad alta de la clasificación, siempre rondando los puestos europeos aunque sin conseguir clasificarse. Lo mismo puede decirse del Granada al que acababa de volver Joseíto y que estaba a punto de empezar su segunda mejor temporada histórica tras la de dos años antes, 71-72. Como clubes extranjeros, el yugoslavo OFK y el uruguayo Peñarol, dos clásicos de los bolos de cada pretemporada. El palmarés del segundo era y es bastante superior al del equipo balcánico, pero para la prensa fue favorito desde el primer momento el cuadro yugoslavo. Y no se equivocaron los plumillas locales.
El presupuesto se disparó a más de los cuatro kilos de rubias pesetas, y por ese motivo no faltó quien pusiera en duda la rentabilidad del evento. En agosto en Granada ya por aquellos años la desbandada hacia las playas era multitudinaria, pero el viaje para bajar al rebalaje o para volver con frecuencia ocupaba dos horas largas de curvas interminables, muchas veces al ritmo cansino que marcaba el camión que se te colocaba delante y al que no había manera de poder adelantar. Pero no falló lo principal, la afición, que abarrotó el campo de la carretera de Jaén los tres días que duró el certamen futbolero, que acabó siendo un grandísimo éxito de público y crítica y arrojó superávit.
La noche del 22 de agosto de 1973, la banda municipal puso la música de los himnos nacionales dirigida por el maestro Faus en los prolegómenos y sobre el mismo terreno de juego del viejo estadio. Y con el balón ya en juego, el OFK venció con justicia al Granada 2-3, pero a pesar de la derrota el público salió contento y comentando el gran partido que acababa de ver.
Se estrenaba el propio trofeo, pero también las camisetas rojiblancas del Granada, que por primera vez en su historia cambiaban de verticales a horizontales. Podían haber sido también rojiblancas pero arlequinadas o ajedrezadas, como estuvo en la mente del presidente antes de decidirse por las rayas horizontales, pero en cualquier caso se trató de una operación de merchandising muy adelantada a su tiempo pues hoy es algo cotidiano pero por entonces esta práctica estaba en mantillas en el deporte y casi era un terreno reservado a los grandes equipos del continente; a unos gustó y a otros no tanto la decisión de Candi con la que trataba de singularizar de alguna manera a su Granada frente a los muy abundantes equipos que gastaban camisetas rayadas en una televisión en blanco y negro.
Al día siguiente, en el segundo partido, Málaga-Peñarol, que también registró una buena entrada a pesar de ser ajenos ambos contendientes, los uruguayos ganaron 1-0. Ya en el tercer día de festival balompédico el Granada terminó tercer clasificado al vencer al Málaga en los penaltis tras un partido que acabó 2-2. Y, como ya se ha dicho, en la final, jugada a continuación con el campo lleno hasta la bandera, los yugoslavos apabullaron 4-0 al Peñarol y se llevaron la copa con todo merecimiento.
Estaba recién abierta la veda y a partir de este verano empezaron a admitirse en el fútbol español nuevamente los extranjeros, dos por equipo. Uno estaba ya a la vera de la Alhambra desde hacía más de un año, Echecopar (¡Ya verás! ¡Ya verás! Cuando juegue Echecopar), que acababa de ser sacado del ostracismo y autorizado por fin a jugar en España, pero no como oriundo sino como guiri. Junto a Echecopar, el segundo extranjero, fichaje bomba de aquella temporada, era el centrocampista muchísimas veces internacional por Uruguay Montero Castillo. Era el uruguayo en realidad el segundo fichaje bomba del año porque el primero lo había firmado el Granada dos meses antes, otro internacional, éste por Argentina, Carlos Bianchi, delantero centro muy goleador de Vélez Sarsfield quien después de haber rubricado su contrato con el Granada se lo pensó mejor y le pareció nuestro club poca cosa para sus pretensiones, y rompió unilateralmente su compromiso para marcharse al fútbol francés, donde jugando en distintos equipos logró el pichichi galo en cinco ocasiones (aparte de conseguir tres veces ser máximo goleador de la liga argentina y conquistar dos veces la Bota de Plata y una la de Bronce). El Granada de la 73-74 acabó sexto ¿Qué habría pasado si hubiera podido contar con este auténtico crack?
Eran tiempos de Guerra Fría en los que la Operación Cóndor de Kissinger había llenado el Cono Sur de dictaduras militares, no fueran los países de la región a seguir el ejemplo de la Cuba castrista y se liaran a tomar decisiones en contra de los intereses de las multinacionales USA. En ese contexto, el Granada CF, o sea Candi, impuso al embajador en España de la dictadura paraguaya del general Strossner la insignia de oro y brillantes del club en prueba de su amistad y colaboración con el Granada. Pero no hay que perder de vista el momento histórico que se vivía y en el gesto de Candi no hay que ver nada político, sino más bien de amistad y agradecimiento hacia el diplomático. Desde luego a don Cándido no le faltaban razones para concederle la distinción porque una verdadera embajada paraguaya parecía el equipo rojiblanco de la 73-74, al que podría muy bien aplicársele el sobretítulo de equipo de los granaguayos, tomando prestado el palabro de aquél con el que se conoció al Zaragoza de pocos años después.
Cinco futbolistas de nacionalidad paraguaya pertenecían a la plantilla rojiblanca: Fernández, Cabral, Escobar, Maciel y el recién llegado Gómez, todos menos el primero fichados en esta temporada, cinco súbditos de Strossner que en puridad eran seis ya que Aguirre Suárez jugó en España con pasaporte paraguayo, aunque el argentino tenía y podía utilizar un surtido amplio de libritos con su foto de distintos países sudamericanos, según cuentan los que lo trataron de cerca. Y podían haber sido ocho si dos más que estuvieron a prueba hubieran convencido. Todos eran oriundos, o sea, descendientes de españoles emigrados a Sudamérica, mantenían, y eso ponía en sus papeles, aunque a casi todos ellos se les veía en los rasgos que su ADN tenía poco de europeo. Aparte, también jugaban en el Granada otros futbolistas del otro lado del charco: Aguirre Suárez y Echecopar, argentinos; Montero Castillo, uruguayo, más uno que llegó a fichar para después quedar anulado su contrato, un tal Marcote, argentino. Con la temporada ya muy avanzada llegó otro argentino, Oruezábal, el único que sí era en realidad oriundo. Hasta el masajista, Sánchez, era sudamericano (argentino) en aquel Granada. Sólo faltaba un portero para poder completar un once entero americano, tal como comentaba en Ideal jocosamente José Luis Piñero, pero pronto lo tendremos y será uno muy conocido, añadía el gran periodista deportivo (y tanto, nada menos que el uruguayo internacional Mazurkiewicz, que se incorporará a la temporada siguiente). Y es que don Candi fichaba todo lo fichable con tal de que viniera de las Américas, aunque tuviera dos cabezas y con el balón no acertara a un cerro. Mientras tanto, por primera vez en la historia del club desde su fundación, ni un solo granadino figuró toda la temporada en su primera plantilla.
Lo de la entrega de la insignia ocurrió en Madrid, en el domicilio particular del embajador paraguayo, la víspera de uno de los mayores hitos futboleros rojiblancos como fue la victoria en el Bernabéu 0-1 en la jornada 19 de aquella liga. El mismo día, sábado 19 de enero de 1974, tuvo lugar el último viaje del Tranvía de la Sierra. Una de las decisiones más nefastas para la ciudad y su potencial turístico que se completó un mes después con la eliminación de los tranvías del área metropolitana que quedaban (La Zubia y Fuente Vaqueros). Cuatro meses antes había sido lo de “la nube de La Rábita”, desastre natural que costó más de cuarenta vidas y muchos millones en obras. Y sólo hacía un mes de la “Operación Ogro”, que acabó con la vida del presidente del gobierno, almirante Carrero Blanco.
Comentarios
3 comentarios en “Un trofeo con michelines y los 'granaguayos'”
José Luis Entrala
27 de agosto de 2019 at 10:39
Me encanta este tipo de narraciones donde el fútbol local es la base pero el interés se extiende a cosas de la vida, de la política, de la economía y de todo un poco. O sea, algo asi como "adquiera cultura general por medio de fútbol del Granada". Enhorabuena y un abrazo.
JL Ramos Torres
1 de septiembre de 2019 at 14:32
Gracias una vez más. Un abrazo.
Alberto Candia
13 de enero de 2020 at 10:09
... ¿Dónde queda Antequera, contra qué equipo jugó y en qué fecha lo hicieron?... Alberto Candia... [email protected]...