Un vestuario y muchas lenguas
Hablábamos la semana pasada de la capitanía del Granada ante el Éibar como paradigma de la falta de identidad del club andaluz. El brazalete en la figura de Tito chirriaba bastante. No por culpa del exrayista, que nada tenía que ver. Al final, él es un profesional al servicio del club que le paga. Sino por lo que suponía: un jugador que apenas lleva tres meses en un club portando el brazalete. Cuanto menos, llamativo.
Bueno, pues esta última jornada, ante el Betis, el Granada volvió a mostrar su escasez de raíces, tan importante en el fútbol, y en la vida. Un solo español en el once, Alberto Bueno. Una situación que se repetirá en más ocasiones a lo largo de la temporada, seguro, porque el equipo tiene 18 jugadores de nacionalidad foránea. Cuatro franceses (Boga, Tabanou, Saunier y Foulquier), dos portugueses (Vezo y Martins), dos belgas (Carcela y Pereira, de origen marroquí y brasileño, respectivamente), un mexicano (Ochoa), un uruguayo (Gastón Silva), un esloveno (Krhin), un argentino (Gastón Ponce), un croata (Kelava), un ucraniano (Kravets), un israelí (Atzili), un brasileño (Gabriel Silva), un nigeriano (Agbo) y un costamarfileño (Angban). Solo Samper, Tito, Barral, Toral, Lombán, Javi Márquez, Oier y el propio Bueno han nacido de los Pirineos hacia abajo.
No es excusa, porque el idioma del fútbol es universal, pero el popurrí de lenguas dentro del vestuario nazarí no es el mejor aliado para Paco Jémez ni para un proyecto tan verde, con más del ochenta por ciento de la plantilla cambiada respecto a la pasada campaña. Dentro del campo, la comunicación es fundamental y, seguramente, los puntos regalados ante Éibar, y en el Villamarín, también se expliquen por ahí. No solo por las carencias futbolísticas. Son los daños colaterales de un club que, a pesar de tener ya 85 años, aún está decidiendo qué quiere ser de mayor.