Una pasión mal sana: la envidia
Saber gestionar la envidia y reconocerla nos puede dar el poder de controlarla cuando la sintamos y el poder de esquivarla cuando aparezca a nuestro alrededor. Así lo escribía mi amiga Eva Collado en su libro El mundo cambia Y tú?. Y la realidad es que la envidia es considerada uno de los siete pecados capitales, un sentimiento (o mejor dicho una pasión mal sana) que ronda nuestras vidas. Es inevitable sentirla y sufrirla, tanto tener envidia como que te tengan envidia. Es que la envidia es una emoción social dolorosa en cuanto a que es producto de una relación de desigualdad.
Y me gusta esta frase inicial de Eva porque la realidad es que la envidia es un mal, una declaración de inferioridad que nace cuando sentimos que alguien es más grande que nosotros, brilla más que nosotros, tiene un talento que no poseemos y que nos arrolla para convertirnos en personas sin alma. Sentir envidia nos coloca en una situación de menosprecio hacia nosotros mismos. Así, ese mismo es el origen de la envidia, el inadecuado autoconcepto que tenemos de nosotros. Y la verdad es que lo que más y mejor caracteriza a la verdadera envidia es el deseo de que el otro, el envidiado, no tenga lo que tiene, de que no sea verdad que lo tenga, de que no sea cierto su éxito o no sea tanta como parece su riqueza material.
Nadie en el mundo se ha salvado de sentirla. Aunque en alguna ocasión la envidia se expresa abiertamente como señal de admiración, lo normal es que se oculte. Y es que está mal vista y por eso no solemos mostrarla, nos avergüenza enseñarla en público. La envidia es muy destructiva y debemos aprender a dejarla atrás para sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás. Por todo ello, la envidia de alguien necesita tiempo y detenimiento para ser descubierta, ya que no es un sentimiento que goce de la aprobación social.
Por ello, me gusta decir que NO es bueno que envidiemos al talento porque sentir envidia nos atrasa. En la envidia, podemos experimentar tristeza o enojo, dolor o desdicha. Y es difícil de sobrellevar. Afecta sobre todo a quien la experimenta más que a aquel que la despierta. Realmente una persona envidiosa es una persona que sufre, que no se valora y que tiene la autoestima tocada. Cuando alguien experimenta este estado, siente que NO es lo suficientemente bueno como para merecer aquello que anhelamos en otros, generalmente familiares, personas cercanas a nosotros o amigos. Adopta muchas formas y las manifestaciones de la envidia son sutiles y difíciles de detectar. En ocasiones se disfrazan de actitudes que aparentemente son muy bien intencionadas.
La envidia se dice que conlleva desear algo que no se posee y sentir pesar por el bien ajeno. Pero la envidia no es exactamente desear lo que tienen los demás, cosa bastante natural, sobre todo cuando uno tiene poco. La verdadera envidia se centra imaginativamente en el otro, en el envidiado, más que en uno mismo. La envidia se lleva solo por dentro, en la intimidad subjetiva, pues su manifestación podría parecer y sentirse como una declaración de inferioridad. El envidiado, por su parte, muchas veces ni se entera de que lo es, siendo el envidioso el que verdaderamente lo pasa mal. La envidia puede ser más fuerte y corrosiva cuando se genera de arriba abajo, es decir, cuando es el superior quien envidia al inferior, una envidia que puede agravarse cuando el inferior es más joven, o más listo, o más guapo.
Una vez que nace la envidia se mezcla con otros muchos sentimientos contradictorios: admiración, frustración, indignación, malestar, etc. Pero lo que más despierta nuestra envidia es sobre todo, aquello que relacionamos con los valores de reconocimiento social, prestigio o con las posesiones materiales. La proximidad puede ser también un factor altamente potenciador de la envidia. Se ha dicho, no sin falta de razón, que la envidia del amigo puede ser peor que el odio del enemigo. La envidia puede ir de la mano de difamaciones, insultos o mentiras con tal de no aceptar la realidad y no ponerle palabras.
La comparación social puede darse de dos formas:
- ascendente, comparándonos con personas que está o percibimos mejor que nosotros, o
- descendente, comparándonos con aquellos que están o percibimos peor que nosotros.
Cada una de ellas cumple una función y tiene sus razones, pero para analizar la envidia nos interesa la comparación ascendente: envidiamos a aquellos que tienen algo que deseamos. La envidia va a cumplir un papel esencial a la hora de intentar igualar o superar el estatus en esa comparación ascendente.
También tenemos otros dos tipos de envidia:
La envidia benigna, la que solemos considerar sana, al igual que la admiración, puede motivar a mejorar uno mismo.
Y la envidia maligna que se relaciona con la deshonestidad y con la conducta inmoral, y que tiende siempre a derrotar y a hacer caer al envidiado. La envidia puede ser más fuerte y corrosiva cuando es el superior quien envidia al inferior, que puede agravarse cuando el inferior es más joven, o más listo, o más guapo. La envidia maligna es una inagotable y permanente fuente de hostilidad hacia el envidiado. Cuando envidiamos tratamos de convencernos a nosotros mismos de que no es tanto lo que tiene el envidiado, es decir, tratamos de infravalorar sus logros o su éxito. Podemos también quejarnos, hipócritamente, de que el envidiado lo que vende es humo, cuando lo que de verdad no nos gustaría es que vendiera fuego. Si conseguimos convencernos de lo que decimos, lo cual muchas veces no es más que engañarnos a nosotros mismos, nos sentimos mejor.
Y en lugar de fijarnos tanto en los demás, debemos tomar conciencia de todo aquello que tenemos. Conseguir el equilibrio emocional consiste en aceptarnos tal y como somos, tratando de corregir aquello que nos impide ser feliz. Transformar la rabia en aceptación, fijarse en lo que somos y valorar todo aquello que nos hace diferente. No permitamos que nos paralice.
Las personas más envidiosas o con más propensión a la envidia también son más prestas que las menos envidiosas a sacrificar sus propias ganancias o logros para reducir los de sus oponentes o rivales. Eso quedó patente en el trabajo donde obtuvieron imágenes de resonancia magnética funcional del cerebro de personas voluntarias mientras realizaban un juego interactivo de azar. Lo que observaron fue que algunos jugadores incluso cuando perdían dinero estaban contentos y mostraban alegría si el otro jugador, el rival, perdía todavía más. Algunos de ellos incluso cuando iban ganando expresaron envidia si el otro ganaba todavía más. Esa envidia tuvo un claro reflejo en la activación que mostraron durante el juego las imágenes obtenidas de una parte del cerebro relacionada con la recompensa y el placer. Fue así hasta el punto de que sentir que el otro perdía más que uno mismo activaba esa parte tanto como cuando el propio sujeto ganaba. La derrota del rival, como vemos, puede alegrar tanto o más que la propia victoria, que el propio éxito.
Algunas de las manifestaciones de la envida son:
1. El apunte sarcástico: El sarcasmo se define como un tipo de burla en el que se dice una cosa para dar a entender lo opuesto, o en todo caso, algo diferente. Son mensajes de doble sentido. La forma más habitual de sarcasmo combina un mensaje agresivo con uno amable: “Hiciste un trabajo excelente, aunque haya tenido tantas fallas”. Finalmente prima la ofensa, que nace de la envidia.
2. El disparo directo: Corresponde a ese tipo de personas que no utilizan filtros para los mensajes que comparten. Su supuesta sinceridad se convierte en grosería con frecuencia. También en críticas despiadadas, que lanzan sin ningún recato, como si algo les diera derecho a hacerlo. Comparten su opinión sin que nadie se la haya pedido y su apreciación no aporta nada útil o nuevo a la situación. Por eso señalamos a esos disparos directos como una de las manifestaciones de la envidia.

3. El sadismo dulce: Los “sádicos dulces” suelen ser personas muy amables. Se muestran atentas y afables, mientras hacen algo que termina entorpeciendo tus planes o situando obstáculos en el camino hacia tus objetivos. Sin embargo, en su defensa siempre esgrimen que no ha sido intencionado. Por ejemplo, le pides un favor importante y el otro, después de comprometerse, lo «olvida». Después se excusan contigo e intentan que entiendas que su intención no ha sido la de perjudicarte.
4. Solidaridad mezquina: Esta es una de las manifestaciones de envidia frecuentes y hace bastante daño. Su frase favorita es “solo quiero ayudarte”. Corresponde a esas personas entrometidas, que buscan conocer las intimidades o asuntos personales de los demás. Son gente intrigante. Con la información que consiguen, arman misterios y enredos que pueden generar mucha confusión en el entorno. Están siempre pendientes de la vida los demás, dan consejos sin que se los pidan, alertan a todo el mundo sobre sus posibles enemigos y terminan creando malestares innecesarios. Lo que llevan dentro es envida, simple y llanamente.
5. El que se compara y gana: Esta es una de las manifestaciones de la envidia propia de personas que son muy egocéntricas. Siempre se comparan con los demás y siempre necesitan encontrar una manera de «ganar» en las comparaciones que plantean. Dicho de una manera diferente, necesitan “ganarle” a todo el mundo por contraste. Lo que sucede entonces es que se fijan en todo lo tuyo. Cuando menos lo esperas, lanzan un comentario que está orientado a minimizar el valor de lo tuyo y exaltar lo propio.
Todas estas manifestaciones de la envidia son también expresiones de inseguridad. Ocurren porque la persona no logra verse a sí misma de manera autónoma, sino que se mira a través del lente de los demás. Los logros y satisfacciones ajenos le recuerdan sus vacíos e insatisfacciones. No dejan de sufrir por ello, de ahí que, si les queremos ayudar, tenemos que comenzar por la difícil tarea de comprender su sufrimiento.
Cómo combatir la envidia
Para lidiar bien con la envidia, lo principal es entenderla bien. Eso significa que estamos hablando de un sentimiento con profundas raíces evolutivas, es decir, de un sentimiento que se vino gestando con fuerza en el pasado ancestral. Una adecuada información y educación desde la infancia sobre la envidia y sus negativas y dolorosas consecuencias debería ser una buena manera de empezar a combatirla. Pero una vez instaurada no es fácil poder con la envidia.
- Ese intento debería discernir en primer lugar el sentimiento de envidia propiamente dicho y separarlo del modo de comportarnos cuando lo tenemos. Una cosa es el sentimiento y otra sus consecuencias. Evitar el sentimiento de envidia cuando hay circunstancias que nos abocan a él es muy difícil, si no imposible, pues las emociones se nos imponen, incluso contra nuestra voluntad, y su control no está en nuestras manos. Otra cosa es nuestra reacción, es decir, el modo de comportamos cuando sentimos envidia, y eso sí que es controlable. Podemos, por ejemplo, evitar hablar mal del envidiado, o hacerle cualquier tipo de daño, como negarle cosas, marginarle, difamarlo, ofenderle o maltratarle psíquica o físicamente. Siempre podremos evitar la hostilidad hacia el envidiado.
- Una manera especialmente eficaz consiste en hacer un esfuerzo para razonar sobre el envidiado y sus éxitos o prebendas de un modo positivo. Quizá lo que tiene lo ganó con esfuerzo y dedicación y sin ningún deseo de perjudicarnos. No solemos hacerlo porque casi nunca razonamos sobre aquello que detestamos y el envidiado casi siempre suele acabar convirtiéndose en un ser detestable, aunque nunca lleguemos a manifestarlo de un modo explícito. Por eso, la clave para evitar o reducir la envidia está en ser capaces de evitar ese rechazo.
Utilizar los recursos, aprender de los errores y seguir todo recto el camino que nos llevará a nuestras metas. Seguir los pasos de aquellos que ya han conseguido llegar a lo que nosotros deseamos, pero no nos olvidemos que nuestro camino no será el mismo pues cada uno es diferente y único.
Centrarse en uno mismo, confiar y esforzarse por conseguir los sueños. Tenemos muchos recursos a nuestro alcance, solo nos falta diseñar la estrategia que mejor vaya con nosotros.
Comentarios
Un comentario en “Una pasión mal sana: la envidia”
Pablo Prieto
20 de mayo de 2019 at 09:41
Es verdad, quien tiene envidia se quiere poco a sí mismo. Dentro de nosotros siempre hay más, mucho más de lo que pensamos.