Valiente señorita
La censura franquista fue inútil ante la fuerza y sutileza de Mi querida Señorita, el relato de una mujer que no supo que era un hombre.
Os presento a Adela Castro, la típica solterona de un pueblo pequeño del norte, de muy buena familia y conocida por todos. Lleva una vida tranquila y vive acompañada de su criada, Isabelita.
Eso sí, falta aclarar que la señorita Adela aparece encarnada nada más y nada menos que por José Luis López Vázquez, cuya interpretación en Mi Querida Señorita, fue una de las más logradas por el actor.
Así, un primer plano nos muestra a López Vázquez vestido con mantilla española frente a un espejo que actúa como una certeza: la imagen que vemos es la misma que se refleja en la ficción. En apariencia, se ve a un hombre que viste como una mujer, pero, ¿realmente es así? Un par de escenas más para darnos cuenta de que Adela, es considerada por todos los del pueblo como una mujer, poco agraciada, pero mujer. Adela cose, toca el piano, va a misa y lleva una vida social y tiene los modales propios de una señorita de su edad, y ojo, de la época, y si no se ha casado, es porque nadie la ha querido debido a su físico…
Sin embargo, hay algo que no cabía esperar de la señorita Adela... ante nosotros una escena rotunda: En el baño, una vez más frente al espejo, nuestra querida señorita se echa espuma de afeitar, y no sólo eso, pronto descubrimos, que está enamorada de Isabelita.
Santiago, un viejo amigo de Adela que vuelve al pueblo tras varios años, le pide matrimonio. Ambos se sienten solos, tienen una edad, y lo que es más, Santiago la quiere tal y como es: “Creo que tenemos derecho a vivir, y nadie debe meterse en nuestros asuntos”.
Confusa por sus sentimientos hacia Isabelita y por la inesperada pedida de Santiago, decide, aconsejada por el cura del pueblo, visitar a un médico.
El diagnóstico es claro: “Es usted fuerte y valiente, pero no es usted una mujer, no lo es.”
El avance de los raíles nos conduce a un nuevo escenario. La cámara sigue a un hombre que baja del tren y camina por la estación ruidosa y abarrotada de Madrid, coge un taxi y se aloja en una pensión.
Frente a un espejo, la imagen de un hombre de ojos asombrados, que como si estuviese ante una ilusión se toca la cara, quizá para intentar reconocer en él algo de su pasado.
Os presento a Juan Castro, un hombre recién llegado a la capital, nadie lo conoce y vive en una pensión. Viene a buscar trabajo, sin embargo, no tiene la misma suerte que otros hombres de su edad para encontrarlo, pues su educación es la de una mujer.
Mi querida Señorita se rodó en los 70, últimos años del régimen franquista, y donde la censura era el pan de cada día, por lo que su director, Jaime Armiñán, aun se pregunta cómo consiguió pasarla.
Para quienes estéis algo desubicados, la película va más allá de la historia de una mujer de pueblo que de repente se entera de que, en realidad, es un hombre. Nos habla del conflicto de identidad sexual, además de la muestra y represión de una época, componentes perfectos para ser censurados.
Sin embargo, puede que el guion de Armiñán y Borau fuese tan sutil, se tratara el tema con tanta serenidad y a su protagonista con tal dignidad, que pasara desapercibida para la censura. De hecho, mientras en España habían tenido que andar con pies de plomo, en Hollywood, era nominada al Óscar a la mejor película extranjera. La frase final también fue muy comentada, equiparándola a la famosísima “Bueno, nadie es perfecto” de Con faldas y a lo loco. La frase, es el remate final de la película, la esencia del argumento y la que le otorga su carácter transgresor y moderno.
Mi querida señorita cuenta la historia de un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer y su lucha interior por aceptarse tal y como es y verse aceptado por lo que es. No es fácil en una España machista, sexista y retrógrada, pero cuenta con personajes que, contrarios a los convencionalismos de aquella época (¿o también de la nuestra?), ven más allá del reflejo de la identidad.
Un artículo de Cineptos Zinescrúpulos