El Valladolid espera, por Miranda, y La Bella Granada
Otro chiste de Miranda de tema futbolero es el que vemos, publicado en Ideal el domingo 18 de abril de 1943. La Niña del Albayzín canta a una luna balompédica el miedo que siente ante el compromiso del equipo rojiblanco, que se juega esa misma tarde a una sola carta su permanencia en máxima categoría. Toda la hinchada granadinista y toda la ciudad de Granada, futbolera o no, hacía suyo ese jipío cañí.
Dos semanas antes había terminado la liga de Primera División, con el Granada clasificado el 12º o tercero por la cola, el mismo puesto que ocupó sin interrupción durante cinco meses, desde la jornada 9 hasta la 26 y última, lo que obligaba a superar una reválida o examen de estado para no caer a segunda: la promoción por la permanencia, a disputar a partido único en campo neutral, que era lo establecido entonces. El rival: el Valladolid, segundo del grupo I de Segunda División.
Era el colofón a la segunda temporada de la historia de nuestro equipo en primera, que empeoraba los números de la del debut primerdivisionista, en la que se consiguió la permanencia holgadamente. Pero con ser discreta, la 42-43 todavía aparece en los anales rojiblancos como uno de los mejores ejercicios de la historia de nuestro equipo en el aspecto goleador, concretamente el segundo, sólo superado por los 64 goles a favor del inmediato anterior. En la 42-43 fueron 56 los goles rojiblancos en una liga de 26 jornadas, que suponen un promedio de más de 2 por partido, también el segundo mejor de las 26 temporadas (con la presente) de nuestro equipo en división de honor. Y eso que de aquella delantera mítica en la historia del Granada CF de la 41-42, la de los cinco magníficos penibéticos, la de Marín, Trompi, César, Bachiller y Liz, para la 42-43 sólo quedaron los dos primeros, el ala jamón: Marín y Trompi.
Además, la 42-43 ostenta todavía en solitario el récord de ser la única de toda la historia, no sólo de primera, en la que nuestro equipo marcó al menos un gol en todos y cada uno de los partidos de liga. El Granada disputó 29 partidos oficiales (liga, promoción, más dos de copa) y sólo en uno, de Copa del Generalísimo, se quedó su casillero a cero, y fue precisamente contra un segunda, el Ceuta, campeón del grupo III, que derrotó a los rojiblancos en la ida nada menos que por 5-0 (3-0 en la vuelta). En el palizón encajado en la plaza de soberanía influyó mucho el hecho de que los futbolistas estuvieron toda la semana previa celebrando de sarao en sarao la permanencia conseguida en la promoción.
Porque esta historia tuvo final feliz. El Granada de Paco Bru, quien repetía después de la buena temporada del estreno, empezó la liga derrotado por el Coruña en Los Cármenes, con el show del olvidadizo Uría en el primer partido. Pero un triunfo en Zaragoza y una paliza al Betis en Granada (ambos descendieron como colistas), lo situaron en el quinto puesto de la tabla en la jornada tres. Vino después una racha mala y en la jornada 9 ya ocupaba nuestro equipo puesto de promocionista, el 12º, el mismo en el que acabó la liga. Consecuencia de esa trayectoria, hubo que salvar la categoría en la promoción, pero todo el sufrimiento valió la pena porque el objetivo seconsiguió.
En Barcelona, a la misma hora en que Granada y Valladolid se jugaban el ser o no ser, estaba anunciada una corrida en la Monumental con Manolete de cabeza de cartel, pero el fútbol pudo más y los toros se dejaron para otro día. Así, en el campo de Les Corts abarrotado y con más vallisoletanos que granadinos en las gradas, y con el general Moscardó presidiendo, no sin algún sufrimiento consiguió el Granada quedarse un año más en la máxima categoría al ganar 2-0 al Valladolid con dos goles de Nicola, que no era César pero en sus tres años de rojiblanco siempre vio puerta en abundancia. Millán y González (según el segundo, en el mejor partido de su vida) estuvieron a su mejor nivel, y en la media (Sosa, Sierra y Conde) estuvo la clave del triunfo, según la prensa catalana. Los blanquivioletas fueron mejores por momentos, pero siempre tropezaron con la defensa rojiblanca. En la segunda parte y cuando ya se veía como posible la prórroga, los dos zarpazos de Nicola certificaron la permanencia y disiparon todos los miedos de los granadinos, que seguían por la radio la narración de Saucedo Aranda desde Barcelona.
En el apartado ciudadano es de destacar que, en Granada, los trabajos de demolición del barrio de la Manigua, empezados tres años antes, en esos momentos, abril-mayo de 1943, habían dado ya su primer fruto: una nueva calle rectilínea y ancha, recién pavimentada, enlazando Puerta Real con la Plaza de la Mariana. Es la calle Ganivet, todavía innominada, a la que la prensa llamaba calle “A”.
Muy a propósito del nombre que finalmente se le puso a la nueva calle viene aquí lo siguiente:
«Hay días del año en que es peligroso cruzar la Carrera del Genil desde el Campillo a la Puerta Real: todo el mundo echa por las callejuelas de la espalda. Transformemos éstas en otra calle ancha, y tendremos que ir por la calle de Navas; demos a esta calle la anchura de la plaza del Carmen hasta unir esta plaza con la de los Campos y será preciso dar la vuelta por la calle de la Colcha».
El párrafo que va delante está extraído del artículo que Ángel Ganivet remitió desde Helsingfors (Helsinki) para El Defensor de Granada allá por 1896, bajo el título “Luz y Sombra”. Concretamente, es el cuarto de los doce que desde su retiro finlandés mandó y el periódico granadino publicó, y que después fueron recopilados en un volumen titulado “Granada la Bella”. Ganivet, acérrimo defensor del urbanismo tradicional, despotricaba en ese artículo, como en otros varios de los que componen el libro, contra la apertura de la Gran Vía, por entonces en ejecución. La epidemia de los ensanches (Ganivet dixit) de las ciudades viejas a base de destruir gran parte de su historia y su idiosincrasia no gustaba nada a Ganivet, ni las calles tiradas a cordel.
¿Qué cara pondría y qué diría Ganivet si pudiera haber visto que esas callejuelas de la Manigua a espaldas de la Acera del Casino por las que atrochaba para evitar el inclemente solarín penibético se habían convertido en un vial recto y ancho, y encima le habían puesto su mismísimo nombre?
La nueva calle en principio se iba a llamar Antonio Gallego Burín, así lo acordó en su día el pleno municipal, pero parece ser que el propio alcalde se opuso a que llevara su nombre y al final prevaleció el del pensador granadino finisecular. Quizá, para alguien tan ganivetiano como Gallego Burín y teniendo presente lo que el propio Ganivet escribió en el artículo citado más arriba, quizá -digo-, fue esa diatriba anti solaneras bárbaras de Ganivet lo que más influyó para establecer la obligatoriedad de que las nuevas construcciones dejaran un espacio para uso público destinado a soportales en los que refugiarse del meteoro.