Venganza, represalia, revancha, desquite: NO

La mejor venganza es la no venganza, la no revancha,.... para un instinto universal difícil de controlar

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La mejor venganza es la que no se lleva a cabo. Al principio las ganas de vengarse pueden seducir, pero tomar esa senda casi siempre resulta DAÑINO. La venganza ha estado presente desde el principio de la humanidad y ha servido como fuente de inspiración para un incontable número de historias en la música, la literatura e incluso el deporte.
La venganza es vista muchas veces como un camino que nos conduce hasta un estado mental de serenidad una vez hemos saldado unas CUENTAS PENDIENTES que teníamos con algo o alguien. Desde esta perspectiva, las ganas de vengarse no son más que el resultado natural de haber pasado por una humillación o de haber sido perjudicados de un modo muy significativo. La venganza es una práctica popular y a la vez “atractiva”, un conjunto de comportamientos dirigidos a PERJUDICAR a una persona o colectivo que es percibido como culpable o responsable por un daño causado sobre otros o, con frecuencia, sobre la persona con los deseos vengativos. Es decir, la venganza es una manera de gestionar las conductas vinculadas a la AGRESIÓN.
Y en una investigación mediante resonancias magnéticas del cerebro, se demostró que existe PLACER en la VENGANZA. Los 69 participantes debían responder agresivamente tras ser provocados y los resultados mostraron que se activaban los centro de placer y recompensa de las personas que se vengaban, segregando neurotransmisores como la dopamina, los cuales tienen el mismo efecto que las drogas y el azúcar.
Sin embargo, el mejor desquite ante la venganza es SONREÍRLE al odio, SOFOCAR la rabia y demostrar al otro que podemos ser FELICES. Porque no hay mejor estrategia que la de actuar con CALMA y SABIDURÍA siguiendo adelante, con la MIRADA firme y el CORAZÓN DESCANSADO sabiendo que hay pesos que no conviene llevar con uno mismo demasiado tiempo.
La neurociencia de la venganza nos dice que hay personas que lejos de pasar página tras una decepción, un rechazo o lo que ellos interpretan como una injusticia, alimentan ese odio hasta planificar una forma de devolver el golpe. Así, lejos de controlar la ira, de racionalizarla o hacer uso de adecuados mecanismo de regulación, permiten que ese malestar se cronifique. La venganza, como vemos, puede actuar en ciertas personas como un mecanismo claramente agresivo y brutal.
Y la realidad es que la compulsión humana en busca de venganza es una emoción compleja complicada de explicar, donde se alimenta la creencia de que la venganza es, como poco, la salida más lógica, aunque no siempre la más fácil o la más apropiada. El caso, para alguna gente, es vengarse.

“Vengarse es humano, pero perdonar es divino”.

La venganza es un tipo de COMPORTAMIENTO HUMANO que siempre nos ha llamado la atención, no podemos negarlo, nos fascina sobremanera. No falta quien dice aquello de que es casi como un medicamento: recetado en pequeñas dosis puede aliviar a alguna gente, pero consumido en altas cantidades PUEDE MATAR. Incluso, vengarse tiene muchos costes en tiempo y energía, pero parece que aquellos que son percibidos con capacidad de devolver el golpe o la jugarreta, son mas importantes en el grupo o la manada.
Desde pequeños somos educados con la idea de que los actos negativos tienen consecuencias negativas, y los actos positivos, producen cambios beneficiosos. Ante esta realidad, las GANAS DE JUSTICIA aparece como una cualidad humana orientada a crear una sociedad mejor en la que prime el principio de que todas las personas tienen los mismos derechos y en el que deben existir mecanismos de compensación. Sin embargo, las ganas de venganza no nacen de la voluntad de hacer un mundo mejor, sino de un sentimiento mucho más visceral. No es algo que tenga que ver con una manera de ver el mundo o con unos deseos de cómo tiene que ser la sociedad, sino que tiene que ver con el ODIO y el RESENTIMIENTO.
Así, los deseos de venganza pueden convertirse en una manera de adentrarse en una DINÁMICA DE CONFLICTOS que haga el problema más grande de lo que ya es, debido a su carácter pasional y poco sistemático. Generalmente, si hay un acto de venganza, es un ATAQUE IMPULSIVO, producto de la furia, en el que ni se detiene un segundo en pensar en las consecuencias.
La venganza nos atrae e incluso en ocasiones hasta llegamos a justificarla. Aún más, si nos preguntamos por qué hay perfiles caracterizados por esa necesidad casi constante por hacer pagar al resto eso que ellos consideran como “injusticias”, nos decimos a veces que ello responde casi siempre a un mismo patrón: 
  • son personas narcisistas, 
  • inseguras, 
  • con baja regulación emocional,
  • nula capacidad para perdonar y
  • ausencia de empatía.
Y es que todos hemos sentido en algún momento el pinchazo del deseo de venganza. Sin embargo, la decisión de guardar la calma y ser prudentes es lo que nos hace humanos, lo que nos hace NOBLES.
 
Probablemente la diferencia más grande es que, aunque tanto las mujeres como los HOMBRES son vengativos, estos últimos lo son más a menudo y de manera más extrema.

La venganza, un deseo muy humano

La realidad, tal como decíamos, es que la mayoría de nosotros, en algún momento de nuestra vida nos hemos sentido tan AGRAVIADOS, LASTIMADOS y OFENDIDOS que ha pasado por nuestra mente la sombra de esa figura amarga y cenicienta, pero casi siempre tentadora: la venganza. Nuestras brújulas morales se desvían unos grados de su norte e imaginamos formas, maneras y situaciones en que ese dolor que nos atenaza le sea devuelto a la persona que nos lo provocó.
Así, la venganza tiene poco que ver con la MORAL. La venganza es un impulso, y es la catarsis de la rabia y el odio. Es más, y solo como ejemplo más del 40% de las decisiones que se llevan a cabo en el mundo empresarial tiene como objetivo único “vengarse” de un competidor.
Lo mismo ocurre con los actos delictivos, más de la mitad de ellos se cometen por el rencor acumulado hacia alguien y por el deseo expreso de llevar a cabo una venganza. Todo ello nos obliga a asumir que la mejor venganza no existe, porque más allá de los resultados que obtengamos con ella, sucede algo más inquietante, algo más revelador: nos convertimos en AGRESORES y adquirimos la misma calidad moral de quien nos causó el daño original. Estos son algunos de los MOTIVOS.
  1. No hay límites para hacer daño
  2. Tenemos un potencial desaprovechado para hacerlo
  3. A veces existe una escalada de la violencia

La mejor venganza es la no venganza. Rasgos de las personas vengativas

Y es que como decíamos la mejor venganza es LA NO VENGANZA, porque así lo dicta el sentido común y moral, porque así nos lo dicen los tejidos espirituales.
Detrás de una persona -que reacciona ante cualquier ofensa grande o pequeña de forma vengativa- hay una MALA GESTIÓN EMOCIONAL y una escasa capacidad de autoconocimiento (cuando alguien nos ofende dejamos ir la rabia y el odio). Son perfiles que creen disponer de la verdad absoluta y universal. Ellos son la ley y la justicia, ellos son el claro ejemplo de lo que toda persona debería ser.
Presentan además un pensamiento dicotómico, o estás conmigo o no lo estás, las cosas se hacen bien o se hacen mal. Suelen tener una empatía muy baja. Ni perdonan ni olvidan, viven supeditadas a su pasado y al rencor.
Desde este encuadre emocional, la venganza o el deseo de ella no ofrece beneficio alguno. Este impulso, esta necesidad o como queramos definirla, carcome la integridad y anula no solo todo buen juicio, sino que también limita por completo la oportunidad de avanzar como persona para construir una realidad más óptima y por supuesto, feliz.

Ojo por ojo, diente por diente

Estamos preparados biológicamente para la venganza, porque esta ha tenido sentido desde fases muy tempranas de nuestra historia como forma de mantener la cohesión social. El impulso primitivo de restituir lo arrebatado arbitrariamente y de reparar los daños son un primer paso hacia la JUSTICIA.
Las culturas que promueven el castigo continuo acumulan un nivel de violencia imposible de gestionar. Más de un 90 % de los hombres y un 80 % de las mujeres han fantaseado en alguna ocasión con asesinar a una persona que ha cometido una injusticia contra ellos. Además, enterrar nuestra ira para dejarla salir después en forma de IMÁGENES DE REVANCHA no es psicológicamente sano.
Acumular inquina acaba por envenenarnos, y resulta muy difícil actuar con sensatez cuando se vive rebosante de odio. En estudios, podemos ver que, aunque la fantasía de la venganza nos serene en un primer momento, al final acaba por llevarnos a acumular más rabia. La razón es que la venganza no resulta funcional en el mundo moderno. 
Los ajustes de cuentas solo triunfan en las historias de ficción que produce nuestra cultura. En la vida real, las represalias afectan a víctimas inocentes –terceras personas que sufren las consecuencias– y nos sumen en la culpabilidad. Además, es casi imposible medir el efecto de la venganza de forma que sea proporcionada: o es demasiado pequeña –suele ocurrir con las personas más poderosas que nosotros– o resulta excesiva. El resultado final es que el soñado escarmiento acaba en frustración. Existe un fracaso de la venganza como táctica vital. El rencor acumulado durante mucho tiempo es uno de los factores que pueden desencadenar una depresión. Se sabe que la ira estancada constituye uno de los pilares básicos de esa enfermedad. Los pacientes que la padecen desarrollan una gran cantidad de resentimiento contra los demás –porque sus fantasías justicieras nunca se ven realizadas– y contra sí mismos por la impotencia que esto les genera. Su espera inútil de resarcimiento los lleva a pensar demasiado en lo que sucedió, en cómo ocurrió, en quién tuvo la culpa, en lo injusto que fue… Se detienen en el “debería haber ocurrido de otra manera” y eso les impide avanzar hacia una actitud más adaptativa del tipo “es así y tengo que asimilarlo”. Su enfado acumulado acaba convirtiéndose en un sentimiento de indefensión que se encuentra en la base de muchas depresiones y trastornos.

Malas personas

“Tan malo como el tabaco para los pulmones es el rencor para el alma; una sola bocanada ya es nociva”
Por otra parte, la espera de un resarcimiento nos impide pasar página. Se ha publicado recientemente una investigación sobre presos políticos que señala que aquellos que mantienen su necesidad de venganza padecen más síntomas de estrés postraumático que los que se esfuerzan en olvidar.
Además, la revancha tiene otra consecuencia indeseable: nos iguala emocionalmente a las personas de las que nos estamos vengando. Los grandes creadores de frías venganzas, saben de sobra que para perpetrarlas hay que ser una mala persona. No podemos evitarlo: las frustraciones inherentes a la vida nos causan enojo. Si le conceden a otro el puesto de trabajo que deseábamos; si la persona a la que amamos nos abandona o no nos corresponde; o si un desconocido hace una maniobra incorrecta al volante y nos obliga a dar un frenazo, nos invade un natural sentimiento de hostilidad y se enciende nuestra programación biológica para ejecutar la venganza. Pero en ese momento debemos poner en marcha mecanismos para canalizar la ira y evitar la búsqueda de revancha al precio que sea. Y es que “la venganza es el plato más sabroso condimentado en el infierno”. Aunque se prevea apetitoso, siempre acaba por indigestarse y hacernos daño.

Y ante ello, ¿Qué hacer?

 
Ante los deseos de venganza, lo mejor es optar por una de dos opciones.
Por un lado, es bueno buscar distracciones que ayuden a hacer que los pensamientos intrusivos acerca de ello aparezcan una y otra vez. Con el cambio de hábitos, se rompe la tendencia a pensar siempre en lo mismo o a fantasear con cobrarse la revancha.
Por otro lado, también se puede optar por llegar a vengarse de una manera muy indirecta y relativamente constructiva y benigna. Es la opción del mal menor. Por ejemplo, usando esas ganas de compensación haciendo que el progreso personal sirva como lección para quien nos quiso perjudicar, mostrando que sus intentos de hacernos daño fueron en vano.
Creo que las ansias de venganza nos queman por dentro y no nos dejan descansar, y cuando la satisfacemos no conseguimos nada. Algunas soluciones ante la venganza son:
1. Perdón
Muy importante en nuestro proceso de no dejarnos llevar por la venganza es utilizar el Perdón como herramienta preventiva. Aceptar lo sucedido y elegir abandonar la ira y el resentimiento nos lleva a la tranquilidad. El perdón no es condonación, ni resignación, ni reconciliación. Alguien dijo una vez que “el perdón es la venganza de los hombres buenos” a lo que podríamos añadir: y de los sabios… y de los sanos también.
2. Empatía
El ponernos en los zapatos del otro, al lado d el otro, nos ayuda enormemente a entender los sucedido, las motivaciones y las circunstancias que llevaron a que sucediera lo acontecido. Empatía no es tampoco resignarse ni olvidar, es comprender y entender lo que lleva a otra persona a actuar de la manera que lo hace. A la empatía habría que sumarle un acto de justicia que reemplazara a la venganza.
3. Alternativas
La venganza pura y dura solo desea el mal hacia la persona que primeramente nos lo impartió a nosotros. Este deseo de hacer daño por nuestra parte es el que no nos deja descansar y nos hace menos humanos. A esta forma de actuar debemos encontrar alternativas opuestas que fomenten actos de restablecimiento del daño. Para ello debemos cambiar nuestro enfoque y ser conscientes.
4. Conciencia
La Venganza puede dejarnos ciegos. Acabamos viendo todo a través de ese deseo de hacer daño. Este hecho nos sume en una vida de reacciones e inconsciencia que nos impide vivir con tranquilidad. Si tomamos distancia y cambiamos la perspectiva podremos “ver” nuestra situación de otra manera y entender las ganas de venganza con un sentido diferente. Esto nos ayudará a analizar y destripar nuestro estado y poder tomare medidas más constructivas y sanas.
5. Amor
La base que está en todas las diferentes maneras de vencer a las ansias de venganza es el Amor. Este nos ayuda a comprender, a ser más conscientes, a crecer como personas, a entregarnos y servir al prójimo y a vivir más plenamente.
En cualquier caso, queda claro que cada caso es único dependiendo de la filosofía de vida de cada uno. Eso sí, eso no significa que no exista una batalla que librar (y ganar) contra los deseos de venganza.
Por tanto, la mejor venganza será siempre la no venganza o más aún, vivir bien y que los demás nos vean felices, es sin duda el mejor desquite de todos.