Verano del 69: de la Tierra a la Luna
En julio de 1969 el hombre pisó la Luna. En España se pudo ver mediante una retransmisión televisada, imagen en directo la madrugada del lunes 20 de julio, hora peninsular, que yo no vi porque en mi casa aún no había entrado la televisión que poblaba el saloncito familiar del resto de los amigos del barrio.
Ya por aquellos días hubo descreídos que dudaron del éxito de Estados Unidos en la culminación de aquel anuncio que había hecho el malogrado presidente Kennedy nueve años atrás, el proyecto Apolo. En tiempos anteriores a las ‘fake news’, había entonces profesionales del bulo y la negación que, sin el poder multiplicador de las actuales redes sociales, propagaban sin pruebas las insidias que hoy, en estos tiempos en que el mínimo común múltiplo de la inteligencia nivel medio de los ciudadanos parece estar deseando que venga un tonto incapaz de hacer relojes para inventar la tontería más grande, que a no dudar será multiplicada por otros más tontos que el autor de la tontería.
Aquel fue un verano larguísimo. Por un día, me explayo en mi vivencia personal: 15 años, admitido en el Instituto Padre Manjón, el tránsito de los días se consumía en un devenir muy lento al anhelo de un inminente otoño inaugural. Triunfaba en los ‘hits parade’ de éxitos musicales Joan Manuel Serrat en su versionado poético de Antonio Machado: ‘La saeta’ pero también ‘Cantares’ y su profético ‘…se hace camino al andar’, del que íbamos a ser protagonistas pocos años después en la mejor operación política de la historia de España, la transición.
Por esos días, el general dictador había nombrado sucesor en formato Monarquía. Un estigma, un pecado original que arrastraría al entonces príncipe, Juan Carlos de Borbón, apodado prospectivamente ‘el breve’ por quienes incapaces de medir fuerzas y calcular probabilidades vivían en la contradicción del optimismo pesimista de sus propias (in)capacidades. Juan Carlos I después, a quien la izquierda infantil actual no perdona sus orígenes pero mucho menos perdona que fuese un Borbón quien parase el intento de golpe de Estado de febrero de 1981.
En la ensoñación de aquellos días emerge el recuerdo del Festival de Woodstock, un formidable equívoco en su convocatoria que desbordó todas las previsiones de sus modestos promotores hasta reunir en un pequeño condado del estado de Nueva York a medio millón de personas en el mayor ‘aquelarre’ jamás soñado por el entonces activo y vigente movimiento ‘hippie’ -sexo, drogas, rock and roll-, precursor del pacifismo posterior. Un mundo de colores, un arco iris musical cuyo génesis está muy bien descrito en la película de 2009 que -confío- reproduzca alguno de los muchos canales cuando el 15 de agosto se cumplan los 50 años de aquella multitudinaria reunión y las estrellas del ‘pop’ del momento.
Verano de 1969. En una España sorprendida por el caso Matesa, que sacudió a prohombres del franquismo. Un escándalo protagonizado por una de las ‘familias’ -¿o era ‘famiglia’?- del régimen, el Opus Dei y sus ministros, magnificado por sus ‘competidores’ falangistas en una lucha a cara descubierta que ganaron los hombres de ‘Camino’, para sorpresa y decepción de los hombres de camisa azul que en su pretensión de escarmiento habían aparcado por primera y única vez la muy presente censura imperante.
Aquel pequeño paso para el hombre, gran paso para la Humanidad, nos llevaba a apuntar a la Luna, a soñar que todo era posible, que todo estaba al alcance de la mano. Luna llena de invisibles hilos que maneja, el sueño selenita imaginado por Julio Verne, la patria del romanticismo... Todo era distinto a partir de aquel día en que el primer astronauta clavó en la superficie lunar la bandera de las barras y estrellas y el lema 'vinimos en son de paz' mientras su país se desangraba en una esquinita de la Tierra, Vietnam, la guerra más absurda de todas las guerras absurdas. Estados Unidos, el país que fue a la Luna y todavía no había solucionado sus problemas en la Tierra. Estados Unidos, que lanzó el desafío de situar un hombre en la Luna en el marco de la'guerra fría', cuando a finales de los 50 la URSS sacó el primer hombre al espacio. Estados Unidos, que cuando aceptó el reto desde su inferioridad de aquel momento era consciente de que se necesitarían tecnologías y técnicas que todavía estaban por inventar...
Cincuenta años después, todo es posible todavía: incluida una serie de televisión laudatoria para el personaje más nefasto de las últimas décadas y la historia reciente de España, Jesús Gil Gil, que aquel verano de 1969 puso el primer broche de su carrera delictiva en Los Ángeles de San Rafael, una urbanización promovida por el posteriormente peor alcalde de la peor Marbella donde se hundió el restaurante a causa de unas obras “sin cálculo ni estudio facultativo de ninguna clase, pues no fueron proyectadas ni dirigidas por arquitecto ni aparejador ni ningún otro técnico de ninguna clase ni autorizada licencia de obras municipales”, acometidas y ordenadas por “el señor Gil Gil con olvido de las más elementales ideas y nociones sobre la seguridad de los edificios, creyendo simplemente que, por lo que él había visto en su profesión y actividad de constructor al frente de la inmobiliaria, era por sí solo capaz de idear, construir y dirigir nada menos que una nave de ampliación de un restaurante”, según la bonancible sentencia de la Audiencia Provincial de Segovia, cinco años de cárcel -de los que solo cumplió dos, tras indulto personal de Franco- por un total de 58 muertos. Serie sobre el pionero -¿pionero de qué?- en el verano de 2019. Todo sigue siendo posible.