Vicente Monroy presenta en Granada 'Los Alpes Marítimos', su primera novela
El escritor toledano cuenta que, para él, “la literatura consiste en espacializar el tiempo”
El escritor toledano Vicente Monroy (1989) presentó en Granada el jueves 21 de octubre su novela Los Alpes Marítimos. Acompañado por la poeta Rosa Berbel (1997), la presentación se llevó a cabo en la Librería Inusual (Calle Natalio Rivas, tras el IES Padre Suárez). Los Alpes Marítimos (Lengua de Trapo, 2021), contextualizada en el Atentado de las Rambla, es el cuarto libro de la Colección Episodios Nacionales. A la manera de Galdós, escritores en activo realizan una lectura literaria de los acontecimientos más relevantes de los últimos años. Es el caso de las publicadas durante este año: Hotel Madrid, historia triste de Rocío Lanchares Bardají, acerca del 15M; Soñó con la chica que robaba un caballo de Sabina Urraca, sobre el 11M; o Vistas olímpicas de Natalia Carrero, que se enmarca en los Juegos Olímpicos de 1992.
Los Alpes Marítimos tiene como narrador y protagonista a un artista en crisis llamado Pablo, que marcha al hogar materno, en su ciudad natal, Barcelona. Vicente Monroy nos habla sobre el tedio: “Compadeciéndome, me decía que un hombre puede vivir solo si es ambicioso, o vivir sin ambición y dedicar su vida a los demás; pero vivir como yo lo había hecho, solo y sin ambición, era lo mismo que no vivir”. Pablo trabaja como fotógrafo freelance en el mercado inmobiliario, habiendo dejado a un lado sus ambiciones artísticas. Explica el narrador que “Se trataba, en definitiva, de hacer pasar por relista un mundo irreal, en el que no tenían cabida los pequeños errores y los matices”: en esta arquitectura idealizada se proyecta el interés del autor por la tensión constante entre lo que se denota como real, lo que se facilita a la comprensión (como la pertinencia del reencuentro de Pablo con su amigo de la infancia, Darío), con la doblez de la amistades longevas, que con asiduidad desorientan a lo atendido: la dolencia del tiempo y su continuidad apenas perceptible; la levedad de los espacios donde lo añorado tuvo lugar; “Me pareció que lo que quería decir es que esta playa, de algún modo extraño, era extrapolable a todas las demás, como una especie de playa universal”.
Vicente Monroy nos cuenta que, para él, “la literatura consiste en espacializar el tiempo”. Esta metáfora guarda un sentido vital: cursó el Grado de Arquitectura, formación que se refleja en el tratamiento de los ambientes y en el conocimiento de las casas, la luz y el color, propias de la élite catalana. Las localizaciones de Los Alpes Marítimos son reales. Declara no organizar a priori la novela, sino que esta “va conociéndose, abriéndose” conforme se avanza. Trabaja con la aspiración de lograr “una novela fácil de leer, difícil de interpretar”. Además, Vicente Monroy es un entendido en el cine; arte sobre el que ejercer como profesor, y del que toma “efectos de montaje”, giros o trucos, para la labor literaria.
Consigue economizar los recursos de la narración, dilatando los tiempos cuando la novela lo requiere (efecto muy notable en las páginas previas al atentado) y construyendo una subjetividad sosegada y eficaz para los desplazamientos. Es deliberada la inspiración en el escritor italiano Cesare Pavese (1908 – 1950), del que toma la perspectiva fría; el pasado recurrente, quizá axiomático, por el que los personajes son a menudo envueltos, obstaculizados o simplemente encandilados.
En la presentación realizada por Rosa Berbel, se trajo a primer plano la frase inicial de la novela: “Nunca tuve aspiraciones realistas”. Conocedora de su poesía - Vicente ha publicado varios poemarios, entre los que se encuentran Las estaciones trágicas (2018) – consideró que se trataba de una afirmación interesante, a la par que (ironizó) de una gran mentira. Es esta, su primera novela, un ejemplo de obra compleja, que dificulta la localización de sus núcleos o sentidos totales. Vicente dice no saber “qué tipo de escritor será”. Cierto es que ningún escritor lo sabe, menos en la juventud. Quizá, a veces son los lectores quienes desarrollan cierta intuición, y a ello pueden atenerse en el caso de que una opinión o reseña (atenta o superficial) les sea solicitada. Pienso en el último cuarto de la novela, cuando suceden los Atentados de la Rambla, y los personajes siguen el acontecimiento desde el televisor (el autor nos expuso su desinterés acerca de un posible desarrollo presencial del atentado; el recelo a elaborar una aproximación a una catástrofe tal). La atmósfera toma un cariz agudo, empañándose de sensibilidad (el tipo de sensibilidad que nunca dada en la intimidad, tampoco en las confesiones o despedidas) y desde la que se consigue una especie de ordenación, “cierto equilibrio”.
Asentado en esas páginas, contemplo la suerte de fiestas, drogas y discusiones que dominan la novela; y percibo, además, la sensualidad lozana, las experiencias que se pretenden con significación y que son, con constancia, meditadas, valoradas por la añoranza: el sabor de lo ambiguo, como si se tratara de un bienestar fugaz, un reencuentro prolongado, de entretiempo.