Yo, El Supremo
Dirán ustedes que soy un masoquista. Puede ser. La verdad es que tengo mis manías. Digo lo de masoquista porque además de escuchar el discurso de investidura de Luis Salvador tras ganar la votación el día de la constitución de la nueva Corporación en vivo y en directo, lo he hecho después dos veces más a través de YouTube.
El día del discurso no daba crédito. Así que días después, y porque el regomello no me abandonaba, volví a escuchar el discurso. Una primera vez y estupefacto. Una segunda vez y me vino a la cabeza la novela de Roa Bastos, Yo, El Supremo.
Sin la más mínima cortesía democrática, no tuvo al empezar ninguna palabra de agradecimiento hacia el Gobierno saliente, ni siquiera hacia el conjunto de la corporación saliente por la labor realizada, por el trabajo acometido en el Ayuntamiento tras un mandato, cuando menos, sumido en una profunda crisis institucional de la que ha salido más que airoso en mi humilde opinión. Pero no, eso era pedir demasiado. Granada nació el mismo día en el que este señor se convertía en alcalde -eso sí, tras cambiar a la ciudad de Granada por la Diputación de Málaga... ¡Granada!, a todo pulmón retumbaba en mi cabeza... ¿Qué?, seguía escuchando... ¡Viva Málaga salerosa!... ¡Ole ahí, alcalde!-.
Luis Salvador continuó su discurso contestando a las propuestas de campaña de Paco Cuenca. Sí, tal cual. Le faltó soltar: ¡Y ahora te chinchas que aquí el que manda soy yo! Lo que ocurre es que una cosa es mandar y otra es tener autoridad para ello. Y como carece de autoridad porque es el alcalde legalmente elegido, pero completamente ilegítimo por el cambalache del cambio de cromos, y él es plenamente consciente, no desaprovecha, ni desaprovechará ocasión alguna para intentar legitimarse. Algunos ejemplos son los siguientes: A Luis Salvador lo nombraron alcalde el sábado, y el lunes, ni siquiera 48 horas después, en una radio, temprano, le preguntaban algo así como qué supone para él ser alcalde. Salvador contestó que lo mejor era, como le había pasado esa misma mañana, llegar a un colegio y que el alumnado corriera hacia él con los brazos abiertos llamándolo: ¡Luis, alcalde, eres Supremo! Y el día de la procesión del Corpus Christi, ante los mayoritarios comentarios de solidaridad, de apoyo a Paco Cuenca, otro periodista le puso el micrófono a Luis y le preguntó qué sensaciones, qué valoración hacía el alcalde de este día grande para la ciudad de Granada: Es maravilloso que tanto granadino me dé la enhorabuena.
Y yo, cada vez que lo escuchaba, volvía a Roa Bastos, a su novela, Yo, El Supremo, y releí otra entrevista en la que Salvador, quejoso, decía que siempre que él destacaba en algo, los del PSOE lo quitaban a él y ponían a Paco Cuenca. De modo que saque usted sus propias conclusiones.
C´s y PP están satisfechos. Ya sabemos que tenían un único objetivo: Que Paco Cuenca no gobernara. Echar al primero, al ganador, sin importar para qué, sin aportar ninguna idea ni ninguna solución para los retos de Granada, no es más que un reparto de sillones sin escrúpulos, sin ética alguna. Y no hay ética alguna porque es el Yo el que prima en todos estos patéticos días. Luis, El Supremo y Sebastián, El Condenado salvan los muebles momentáneamente. Y digo momentáneamente porque está por ver cómo se las van a apañar para trabajar colegiadamente en la gestión del día a día.
Lo que sí sabemos ya es la catadura moral de los protagonistas, sus anhelos políticos personales. Porque no nos engañemos. Aquí nunca importó Granada. Aquí se jugaba el futuro político de dos perdedores que no tienen más tabla de salvación que la de soportarse. Veremos en qué queda el idilio. Idilio, hasta ahora, sin amor alguno.
Comentarios
3 comentarios en “Yo, El Supremo”
Angel
27 de junio de 2019 at 17:47
Esa última frase "Aquí nunca importó Granada. Aquí se jugaba el futuro político de dos perdedores que no tienen más tabla de salvación que la de soportarse" resume con magnífica claridad la situación política de la ciudad.
Raimundo Flores Campos
28 de junio de 2019 at 19:13
No cabe esperar otra conclusión de quien se veía gobernando y le quitan la silla. El y tú más a que nos tiene acostumbrado el patio político de mediocridad y estulticia. Ideas vacuas, apariencias plenas, trajes a medida y caros, burgueses sempiternos de espina nunca doblada y zapatos caros limpiabotados. Esa es la Granada Fea antiganivetiana que ustedes los plazacarmenistas de sillones y moquetas aterciopelados, todos juntos, eleváis al coso de la realidad, pan y circo, abalorios y veinte y más mil euros de medallas, medallitas, trofeos y bastoncillo... Dícense de izquierda aquellos que giran a la derecha con la facilidad sibilina de una liturgia de Yos endiosados, acusadores de aquello que se padece, egocentrismo sin más, aderezado con espejito mágico de realidad distorsionada al servicio de interés de grupos partitocráticos. La política hecha arte de la mentira y el engaño, jamás se pudo entender que sería revulsión vomitiva de la honradez y la ética. Por cierto, usted mostró su voto al hasta entonces jefe de filas y alcalde de Granada, antes de depositarlo en la urna. Cabía que votase en contra o sobró tal muestra de lealtad al partido. Ustedes sabrán mejor del juego de trileros.
rosita
7 de julio de 2019 at 07:41
salario interprofesional 8 horitas de currelo y productividad laboral demostrable ,, seguro que no queda ningun salvapatrias ni politicoso